14 de septiembre de 2011

Torn

Te crees masoca. Tienes los recuerdos que duelen a la vista. 

Entras a casa y al cerrar la puerta, la miras. Cuántas veces has esperado a que sonara el timbre mirando embobada ese trozo de madera.
Llegas al comedor. Seguramente tu madre se encargue de recordártelo con preguntas indirectas (¿Estás mejor?, ¿Cómo van esos ánimos?, Alegra esa cara..) que contestas rápidamente con monosílabos. Te escabulles por el pasillo.
Llegas a la primera habitación. Dejas la mochila encima de la cama. Te giras. El corcho te mira desafiante, sabiendo que te puede. Hay escritos, fotos, entradas, pero tus ojos van directamente a donde no tienen que ir. Una carta. Un as de corazones dedicado. Al lado de un billete de tren, como símbolo de tu primer viaje. Al lado de una goma de pelo negra. Y sabes que tienes un billete de metro dedicado en la cartera. Amarga sonrisa. Te encanta tu propia habilidad para amargarte.
Pasas a la otra habitación a descalzarte. Ahí viene lo peor. Cuando te sientas en la cama. Una cama que ha aguantado el peso de dos personas. Una cama que te ha visto enloquecer. Una cama con una almohada que ha pasado de ser abrazada por el deseo de que fuera una persona, de ser atacada por puñetazos llenos de amargura e impotencia... y ahora se ha vuelto a convertir en objeto de un abrazo que anhela que todo esto sea una pesadilla. Una cama que se ríe de la cara de tonta que ponías al abrir los ojos y que su sonrisa fuera la primera cosa que vieras. 
¿Por qué? Incluso cuando tratas de no pensar en ello aparece un resquicio de su olor entre las sábanas. Así no vas a superarlo nunca. ¿Por qué esta auto-tortura cada noche? 

Quizá será porque quieres recordar que pasó en algún momento de tu vida. Se te hacía raro vivirlo y ahora se te hace raro no tenerlo. Lo que sentiste mientras tenías aquello era tan descomunal y te parecía tan perfecto que parecía que ibas a explotar de felicidad, y eso te impedía ver que era algo que ocupaba más de lo que tus manos podían abarcar. 

Como era de esperar - ya lo dice la lucha de contrarios - todo lo que empieza, acaba. Y eres egoísta. Aún te niegas a aceptar que ha llegado el final. Aún crees que sonará el móvil en medio de la noche y una voz adormilada te dirá que te echa de menos. Aún sientes el cosquilleo que se creaba en tu interior cuando recuerdas todo lo que habéis vivido. Aún te sientes orgullosa de haber salido "definitivamente" del pozo de destrucción donde estabas encerrada. Aún eres incapaz de asumir que te has vuelto un robot sin sentimientos de buenas a primeras. Rectificación: Sí que tienes sentimientos. Impotencia. Incomprensión. Frustración. Coraje. Inutilidad. Ganas de desaparecer. Llanto. Desesperación. Puñetazos contra la pared.

Estar metida aquí dentro te ahoga. Andas en círculos. Te tiras de los pelos. Vuelve a aparecer el apocalipsis. ¿Qué se supone que vas a hacer ahora? Es como si el Sol desapareciera. ¿Qué hace la Tierra? ¿Sigue girando? ¿En torno a qué, si ya no hay nada? Quizá es algo exagerado y no tenías que haber priorizado de esta forma pero cuando alguien te ayuda a salir de un lugar que no tiene salida, tienes la tendencia a agradecérselo entregándote al completo. Esto, para que aprendas. También tratas de entender los motivos que justifiquen su comportamiento. De momento, es algo imposible porque tienes la imperiosa necesidad de echarle la culpa a alguien más que a ti misma (porque está claro que eres parte del problema, digan lo que digan), pero ya llegará un día donde nada te afecte y todo lo veas de otra forma. Ya llegará…

El aire de la calle vuelve a darte en la cara. Mejor así. Con la música amenazando con destrozarte los oídos te pones a correr para liberar un poco de ese patetismo que te caracteriza últimamente. Todos te dicen que lo superarás, que nunca debes arrastrarte por nadie, que ya llegará alguien que te merezca de verdad. Los típicos tópicos cuando ellos harían lo mismo en tu situación. Pero los agradeces.

Llegas al parque. Parece vacío a primera vista. Paras unos minutos, respiras hondo y mientras te recuperas observas a una pareja besándose en un banco escondido entre unos matorrales. Lo que faltaba. Te entra la risa histérica. No obstante, te los quedas mirando. No en lo que hacen, sino cómo lo hacen. Es algo distinto. La forma de hacer las cosas es algo que tienes muy cuenta, casi más que hacerlas o no. Observas cómo le acaricia la mejilla con suavidad, como si fuera uno de sus bienes más preciados y delicados. La sincera sonrisa que se les escapa a ambos. Juntan sus manos creyendo que nunca se van a separar. Las miradas se confirman mutuamente que están hechos el uno para el otro.

Se te escapa una sonrisa. Has vivido algo así. Has sido partícipe de miradas, palabras, felicidad. De amor. Aunque no haya durado tanto como creías - pobre ingenua -  y ahora mismo odias todo lo que tenga que ver con ello, aprenderás a valorarlo con el tiempo. Dentro de mucho, mucho tiempo, eso no lo dudas.  Pero entonces verás que al menos lo has vivido, que por una vez te atreviste a superar tu problema y la recompensa fue inmejorable. Ahora está atacando lo malo y se hace completamente insoportable. El único consuelo que te queda - y eso que muchas veces no funciona - es que has experimentado una de las sensaciones más puras e insuperables que pueda haber. Y darás las gracias a quien ha querido compartirlo contigo.

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