19 de octubre de 2011

en la variedad está el gusto

En esta vida tiene que haber de todo.


Por consecuente, tiene que existir gente rica y gente pobre, gente sana y gente enferma, gente guapa y gente fea, gente feliz y gente triste, y podría pasarme horas enumerando antónimos, pero creo que ya ha quedado claro el concepto.


Bueno, eso intento asimilar, pero mi cabeza parece que no lo tiene tan claro...
Hay un apartado en concreto que me frustra muchísimo. La gente que vive el amor contra la gente que lo rechaza. Ahí no se nace sabido y algunos van oscilando de un grupo a otro. Yo soy de las últimas.. bueno, fui, ahora considero que el amor es compatible con mi persona. Veo a amigos con pareja, con una sonrisa enorme en los labios, con una vida casi perfecta... y la mía se cae a trozos en todos los aspectos. Podría intentar cambiarme de grupo, pero para eso tendría que escalar un muro cuyo final se pierde entre las nubes y me dejé los materiales para escalar en mi otra vida. Así que me quedo en el grupo de gente infeliz y que no está hecha para el amor, aunque a veces lo intente y parece que incluso lo consiga.


Pues eso... que también tiene que haber gente flexible y gente testaruda. Ah, y gente que asume sus problema y gente que se pasa llorando por ellos toda la eternidad. Está claro a dónde pertenezco.

13 de octubre de 2011

No, mierda, espera, derrumbamiento, sí.

Fase 1
- Sí, claro, y yo sé bailar sevillanas.
- Te lo digo de verdad. Esto no puede seguir así.
Fue como si un jarrón de agua fría cayera en mi cabeza, pero ni siquiera me noté mojada.
- ....No...
- ¿Por qué no me escuchas?
- ¡¡Porque es absurdo!! Digo que no y es que no.
- Quiero que lo dejemos...
- No tienes ni un puto motivo para decir eso. Todo es mentira. No te creo. Me estás tomando el pelo. Me estás poniendo a prueba, ¿verdad? ¡Pues no voy a caer!
- No lo entiendes...
- Es que no hay nada que entender.
- Deja de negarlo, por favor. No me lo estás poniendo fácil...
- Shhh. No te preocupes. Estás nervioso por todo. Ahora hablas sin criterio porque tienes la cabeza hecha un lío. Vete a dormir y mañana hablamos, ¿vale?
- No. Te lo estoy diciendo en serio. Quiero... es más, necesito dejarlo. Necesito estar solo. Necesito un cambio de aires.
- No....




Fase 2
- ¡VETE A LA MIERDA!
Y las hojas volaron junto a la mesa, que cayó al suelo gracias a mi certera patada. 
- Para...
- No me da la puta gana. Eres un cabrón y mereces que todo esto te lo estuviera haciendo a ti.
Arranqué las cortinas, salté sobre ellas, grité por gritar, di patadas a las paredes...
- No me hagas esto...
- Ah, ¿y tú no me has hecho nada de daño, verdad?
Intentó frenarme pero lo único que hizo fue conseguir que empezara a propinarle puñetazos contra el pecho.
- Me has jodido la vida... -susurré mientras me tiraba al suelo, agotada.
- Lo siento muchísimo, pero es lo mejor que puedo hacer. Por los dos. Y ahora la ira te consume, estás muy furiosa porque no entiendes nada y ves que algo que iba bien se va a la mierda... pero no iba tan bien, te lo prometo. Jamás te haría daño de esta forma si no estuviera justificado. Entiéndeme...
Me cuesta respirar. Se ha sentado a mi lado.
- Ya... ya... Pues... ¿sabes qué? -Me levanto con fuerzas renovadas- que te vayas a la mierda. Y fóllatela, que lo estás deseando.
Y mi última patada y un portazo precedieron a un silencio y un llanto aterrador.




Fase 3
Día 1 - ¿Qué tal estás? Por cierto, te has olvidado el cargador de la consola en casa. Ya quedaremos y te lo doy.
Día 2 - ¿Qué tal estás? Por cierto, me ha parecido ver a tu amigo por la calle, pero no le he saludado por si acaso no era él. ¿Dónde estaba hoy a las tres de la tarde?
Día 3 - ¿Qué tal estás? Por cierto, mi madre te envía sus últimos recuerdos. Y mi hermano ya no se acuerda de ti.
Día 4 - ¿Qué tal estás? Por cierto, hoy he hecho el examen y me ha ido bien. Gracias por enseñarme a hacer ese par de ejercicios.
Día 5 - ¿Qué tal estás? Por cierto, mi cama huele a ti. Y me ha picado un mosquito en el pie izquierdo. Y he comido macarrones, sí, tu comida preferida. Y acabo de salir de la ducha. Y...


Y ya no sé cuántos motivos más inventarme para sacarte un tema de conversación y seguir en tu vida. 
- Te propongo un trato: ¿Y si mantenemos el contacto cada día? Yo creo que así lo superaré.
- No lo veo lo más adecuado... Además, no estás en el mejor momento para negociar conmigo. Yo creo que lo mejor sería darte un poco de espacio para digerir mejor las cosas y luego todo vuelva a la normalidad.
¿A la normalidad? Yo creo que lo mejor sería atarte a mi cama y tenerte bajo mi voluntad, que me has jodido la existencia. Te lo propongo como trato, venga y espero que ahora pienses con el pene, que sólo lo haces cuando no es adecuado.




Fase 4 
- ¿Quieres que vayamos al zoo para que te despejes?
Y automáticamente mis ojos se llenaron de lágrimas.
- El zoo fue nuestra primera cita... No puedo pisar ese sitio...
- Pff, lo siento... ¿Qué tal si nos vamos a jugar a básquet y descargamos adrenalina?
Otro respingo y necesitaba un pañuelo urgentemente.
- Es que la última vez que jugué a básquet fue con él...
- ¿Quieres respirar o también llorarás porque habéis compartido aire o porque él también respira como todo puto ser humano que se precie?
- Joder, lo siento mucho, pero no sé qué me pasa... Tengo un puñetero nudo en el estómago y no puedo dejar de pensar en él y todo es una mierda y esto no lo voy a superar y...
- Eh, eh, frena. No pienso tolerar esto. Sé que ahora estás en plena etapa depresiva, pero ni de coña pienses que no te vas a olvidar de ese imbécil. Pero bueno, poco a poco. Ahora sécate las lágrimas y péinate, que nos vamos al cine. Y si sale en la pantalla un melenudo no llores, pégale desde la distancia, joder.
- Pero... pero...
Y casi inundé el salón. 




Fase 5
Claro que sí. Nada es para siempre, eso ya lo dice todo el mundo. Pero cuando empiezas algo bueno, cuesta asumir que tiene un final. Como los libros, como las películas, como el helado que tantas ganas tienes de tomarte, como las clases interminables, como las cenas familiares, como los sueños que intentas cumplir, como la propia vida que poco a poco se esfuma. Pues sí, todo se acaba y jode mucho asumirlo en según qué ocasiones. ¿Y qué podemos hacerle? Podemos negarlo, sí, podemos enfadarnos aunque nadie tenga la culpa de nada, podemos intentar engatusar al tiempo y proponerle que nos dé más oportunidades y podemos encerrarnos en un agujero negro de frustración y negarnos a salir de ahí. Sí. Pero al final lo acabamos aceptando. Porque es lo que toca, porque ponemos la cabeza fría. Así que ya está. Se acabó. Sí, me da muchísima rabia que me haya dejado tirada cual colilla, pero ahora toca pensar que viví algo excepcional. ¿Hecho? Pues ahora toca levantarse cada mañana con la esperanza de querer encontrar algo que esté a la altura (y que dure un poco más, si no es mucho pedir). Y en eso se basa la vida: en ciclos, porque del pasado se aprende aunque no se pueda remediar y del futuro se anhela encontrar algo mejor. ¿En cuanto al presente? Nada de malos rollos. Ya he sufrido lo justo. Ya me he revolcado la mierda lo que tenía que revolcarme. Es normal que duela al principio. ¿Ahora? Gracias por los momentos que me has hecho pasar, y te tendré en mi cabeza por haber sido una parte tan importante en mi vida. Pero lo siento, ahora me toca volver a vivir. A lo hecho, pecho y adelante, que yo puedo...
Cuando abrí los ojos, me encontré en un lugar que no conocía de nada. La cabeza me dolía horrores. Los rayos de sol entraban por una ventana medio abierta y mostraban el cuerpo de un chico que dormía plácidamente y tapado solamente por una sábana.
Entonces lo recordé todo. Y sonreí. Por poco tiempo.

11 de octubre de 2011

sí, claro

- Bueno, pues no sé qué decir... Me alegro que os llevéis bien.. es raro ver que dos ex se llevan bien tan pronto.
- Pues para mí es lo normal... cuando has querido tanto a alguien, hay que ser muy tonto para sacarlo de tu vida así como así. Es como si fingir que nunca ha pasado nada bonito, y eso es muy triste... Ah, y por encima de todo hay un amigo, y eso no hay que perderlo nunca.

9 de octubre de 2011

Espera, espera.

Menuda liberación. 


Cama, cuánto te he echado de menos. Dejo el bolso tirado por el suelo, me descalzo mientras los párpados me pesan, me estreso con la cremallera del vestido y apago la luz. Todavía tengo la música viajando por mi cabeza, pero el sueño es más fuerte y me duermo inmediatamente. Con una débil sonrisa en la cara.


Siete horas después ya estoy en pie. Con unos pelos que desafían la ley de la gravedad, las piernas llenas de moratones, unas ojeras que pueden parecen bolsas de la compra, una uña del pie rodeada por un charco de sangre seca y amenazando con infectarse ante mi ignorancia... Vamos, lo de siempre. 


Pero hay algo que me sorprende. Espera, espera. Me quedo parada en medio del pasillo. Ensordezco los gritos de mi madre por un momento y respiro profundamente. Lleno los pulmones de aire fácilmente. Joder... es como si me hubieran quitado un tapón. Me abruma poder respirar con tanta tranquilidad. Espera, espera... me pongo la mano en el corazón. Pulsaciones correctas. Me mareo y todo; hacía mucho que mi corazón no iba tan lento - ya, debería ser su pulsación normal, pero a mí me parece lenta, qué le vamos a hacer. ¿Se puede saber qué ha pasado?


Intento recordar lo que pasó la noche anterior. Enarco las cejas, como si así estrujara a mi cerebro y le ayudara. Ah, sí... Bueno, hay cosas que no quiero volver a sacar de mi mente por la vergüenza terrible que volvería a pasar si las sacara a la luz (alcohol, ¿por qué me haces tal vulnerable?) y, desde luego, no miraría a según qué gente a la cara. 


No. Voy a quedarme con un sólo recuerdo. El que me acompañó durante toda la noche. Sonrío. Vaya, esto no me lo esperaba. No estuvo nada mal... Esta vez la voz de mi madre es más fuerte y me mete prisa para vestirme e intentar ganar la batalla contra mi pelo. Desconecto y vuelvo a la vida normal.


Nueve horas después me encuentro en casa, delante de una pantalla de ordenador, mirando a la nada, recordando el tacto de... basta. Quizá debería irme a la cama. Miro la hora. 23:21. No es tan tarde...


Espera, espera. Tengo la sensación de que dos cables se acaban de conectar en mi cerebro. Desvío un poco la mirada y miro qué día es.
8 de octubre.
8. Un número que me quiere sonar de algo. Y una imagen viene a mí. Visualizo un banco, visualizo a dos personas cuyas lágrimas se confunden con la lluvia. Y vuelvo a sentir cómo me pinchan el corazón con tres agujas. Parece mentira que haya pasado cuatro meses y el recuerdo siga tan intacto.


Pero hay algo que me sorprende. Sí, me duele. Pero no tanto. No sé, parece que algo bueno lo compensa. Por no decir que antes miraba el calendario como una loca para ver las 00:00 del día 8 y ponerme a llorar. Esta vez no. Estaba demasiado ajetreada volviendo a nacer, volviendo a vivir, volviendo a ser feliz, aunque fuera durante unos instantes, aunque alguien me tuviera que dar un pequeño empujoncito para ver que todavía valgo la pena para alguien (como si es sólo por pasar el rato, qué más da, eso quiere decir que existo para los demás y ven algo en mí), aunque sola no pueda superarlo.


Pues sí. En toda la noche anterior no me acordé de él. Lo nunca visto. Siempre que me he emborrachado, he pasado por la etapa del subidón máximo y, por consiguiente, el bajón máximo, donde he sido capaz de decir verdaderas burradas y el teléfono móvil ha tenido que estar lejos de mis manos o de pies, ya fuera por escribir alguna frase que no ayudaría a nadie por romperlo a pisotones y borrar cualquier cosa que demostrara que realmente pasó. No. Anoche no fue así. Y viene una imagen más reciente a mi cabeza. Y recuerdo las primeras dudas, la inquietud, pero en ningún momento pensé Frena, lo estás haciendo por despecho. Simplemente lo hice porque me apetecía, para sentirme mejor conmigo misma, para hacerme ver que hay épocas para todo y ya va siendo hora de que empiece la etapa de la búsqueda de la felicidad y la estabilidad. Que las lágrimas no sirven para nada, y que la persona a la que se las dedico no se acordará ni de mi existencia, que ya va siendo hora de reemplazarlo y buscar algo que valga más la pena.


Con todos pensamientos positivos (me duele la cabeza por esta intrusión de confianza sin permiso) me levanto. Incluso no oigo a mis padres discutir. Vaya por dios, o te ataca todo lo bueno de golpe o al revés. Me meto en el lavabo. Suspiro. Y hago lo que no me he atrevido a hacer en muchos días: mirarme al espejo con otros ojos. Vale, tengo un aspecto físico horrible, pero intento ir más allá. Veo nacer una chispa. Sólo hay que procurar no apagarla. Y aparece un brillo en mis ojos que me quiere sonar, pero tampoco sé de qué. Supongo que hace tiempo lo tenía de forma permanente. También se curvan mis labios, formando una pequeña sonrisa. Uf. Qué alivio.


Sé que todo este orgullo sólo lo voy a experimentar durante un día, dos, quizá cuatro a lo sumo. ¿Y qué? Voy a disfrutarlo. Llevo como veinte batallas y acabo de ganar una, cuando menos creía que iba a resurgir y vengarme. Todavía puedo ganar una guerra que tiene pinta de estar bastante perdida, pero me queda un poco de munición. Voy a aprovecharla hasta que la impotencia vuelva a inundarme y a anular cualquier cosa que implique la superación.


Fíjate, son las doce de la noche y parece que sale el Sol. Seguro que tarda poco en desaparecer, pero hasta que llegue ese momento... voy a ponerme morena.

7 de octubre de 2011

epifanía

Ni yo debo, ni tú puedes; te suspiro por última vez, pero son dos labios tan corteses que caen como la nieve, encima de mi piel.


- Déjame en paz.
- Dime que no sientes nada por mí.
Y sus ojos deslumbraron el oscuro pasillo. La cabeza me daba vueltas.
- ...¿Perdón?
- Pues eso. Dime que me pasas de mi cara y te dejaré en paz, te lo aseguro.
Ahora su sonrisa relevaba a la mirada, y tal potencia me dejó sin habla y con las ideas más desperdigadas.  
- Estás chalado.
Es lo único que apunté a decir mientras me guiaba a tientas hasta mi habitación. Pero su mano, suave y fuerte a la vez, me arrastró hasta la suya. Estaba atrapada: si gritaba o intentaba escaparme, se despertarían los demás y no tenía ganas de contarles qué hacíamos plantados en medio de un pasillo a oscuras y en pijama. Mejor no liar la marrana, que se desahogara y cada mochuelo, a su olivo.
Cerró la puerta con aparente tranquilidad. Encendió las luces y nos encontramos semidesnudos.
- A ver, ¿qué quieres de mí?
- Pues eso... mírame a los ojos y dime que me odias.
Su firmeza me asustó.
- ¿Por qué debería odiarte?
- Bueno, no hace falta que me odies. Di que te doy asco, que soy gilipollas, que me pegarías... todo aquello que implica decir que no sientes nada bonito por mí, vaya.
- Pues sí que te voy a decir una cosa de ésas - me acerqué descalza hacia él, hasta el punto que nuestras narices casi se chocan. Noté como su respiración se aceleraba; yo aprendí a controlarla. - Eres gilipollas.
Se me hinchó el pecho y me dirigí a la puerta, pero otra vez la misma mano se posó sobre mi bíceps, y esta vez apretando con ganas.
- Y tú eres una calientapollas. 
¿Ah, sí? Le estampé contra la pared y mentí mi lengua en su boca sin darle tiempo a decir nada. Sí, debería haberme ido, pero si alguien me ponía verde, pues al menos que tuviera motivos para ello. Sí, esto no arreglaba nuestra situación ni mis sentimientos, pero me había estado tentando y soy humana.
Pero esa humanidad desapareció rápido y poco después me separé de su cuerpo rápidamente. En su cara había una expresión de triunfo. 
- Pues aquí hay alguien que está pillada de este gilipollas y no lo reconoce ni a tiros.
Oh, oh. Y la rabia se apoderó de mí. Toda esta situación me estaba superando. Menuda gran mierda. Me volví hacia él y empecé a pegar puñetazos contra su pecho. Intentó frenarme pero mi propia debilidad me hizo parar. Caí al suelo de rodillas.
Y por fin lloré. Por fin solté ese puto nudo que no me dejaba dormir, ni estudiar, ni ser feliz, ni pensar con tranquilidad, ni empezar de cero... sólo hacer el gilipollas. Sí, aquí la única persona gilipollas que hay está echando todo lo que está atormentándola desde hace tiempo.
Consiguió levantarme y sentarme en la cama. Y yo ya no tenía freno.
O sí... Me tumbó en la cama y se colocó a mi lado. Acto seguido me rodeó con sus brazos y colocó mi cabeza en su pecho. Concentrarme en su respiración acompasada me hizo relajarme y dejar de sollozar. Notaba su mirada pegada en mi nuca, pero yo no me atrevía a mirarle ni a separarme de su cuerpo ni dejar de agarrar su camiseta como si me fuera la vida en ello.
- Eres... la única persona... que ha sido capaz de consolarme un poquito. ¿No conoces esa sensación que te impide respirar? ¿Ese nudo que te ahoga? ¿Ese peso en el estómago que te pone nervioso? ¿Ese corazón que late desbocado? ¿Esa sensación de cansancio permanente? ¿Esa ansiedad por escapar?
- Me suena, sí... - me aprieta más contra su cuerpo. - Pero lo que no entiendo es cómo puedes seguir así por alguien que no se lo merece ni un poquito. Que ha hecho contigo lo que le ha dado la gana, por dios. Odiarle sería lo mínimo que se merece. Es que ni deberías mirarle a la cara. Yo le mataría, en serio. Tienes que dejar de arrastrarte de esta forma, ¿no ves que sólo te haces daño a ti misma y haces tonterías para llamar su atención?
- Pero... pero... - vuelvo a ahogarme.
- Shhh, vale, vale, ya me callo. 
Y el silencio nos atacó de nuevo. Hasta que...
- Espera, ¿a qué te refieres con eso de hacer tonterías para llamar su atención?
- Pues acostarte conmigo, está claro.
Esta vez sí que cambié de postura para mirarle a los ojos.
- Eh. No confundas, chaval. Que eso lo hice porque te tenía ganas - enarcó una ceja - Bueno, vale, quizá sí que fue un poquito por despecho, pero si no te tuviera ganas, no lo hubiera hecho. ¿Estamos? Tú no tienes nada que ver con lo otro.
- Vale, te creo... - pero una sonrisilla traviesa se apoderó de él y no se iba.
Y pasamos minutos mirándonos a los ojos. Mi corazón se había estabilizado. Y estaba muy a gusto en esa situación. Y otra vez se cortó el silencio con una pregunta chorra.
- ¿Por qué me has acorralado?
- Quería dejar las cosas claras. Quiero que veas que puedes sentir algo por alguien que no sea él y que te abras paso a la felicidad, joder.
Uh, eso sonó muy mal.
- ¿Qué insinúas?
- ¡Nada! - se apresuró a decir. Le sudaban las palmas de las manos. Mala señal - Sólo que te autodestruyes y deberías parar ya.
No sabía qué contestarle, así que el silencio volvió a la carga. Ahora miraba al techo, a las cortinas, a la maleta tirada por el suelo, pero su mano seguía acariciando mi espalda. Qué extraño es esto... Pero no tiene por qué ser malo. No, desde luego que no. Quizá tenía razón. Quizá no debía enmascarar los sentimientos por miedo a que fueran malos. Quizá sí que había algo más detrás de un polvo en una noche de borrachera. Quizá fuera mi billete para el tren con destino la felicidad y que para por la recuperación. Miré al techo, respiré hondo y dejé que el subconsciente, por fin, hablara por mí.
- Tengo dos soluciones. O huir, irme a vivir a otra ciudad, empezar de cero y no saber nada más de nadie... o... - joder, no recordaba que fuera tan difícil decir cosas como ésta - o... bueno, quien sabe, quizá la solución la tengo más cerca de lo que creo... ¿Sabes lo que quiero decir? - Silencio. Y no, no iba a mirarle a la cara - Que sí, tío, no te hagas el tonto. Que quizá tú puedas ayudarme a pasar página. Sé que eres un prepotente y un borde de mierda, pero seguro que tienes tu parte blanda.  Y no sé... podríamos... intentar... ser felices... y eso - Mis mejillas amenazaban con estar a 39ºC - ¿Qué me dices?
Cerré los ojos con fuerza, esperando una carcajada o algún comentario en plan "Ya se ha emocionado la niñata ésta por un polvo sin compromiso", pero el silencio seguía presente. Estaba empezando a cabrearme.
- Joder, que si tan poco te gusta la idea podrías decírmelo, al menos. 
Ni por ésas. Basta ya. Giré la cara para cantarle las cuarenta, pero...
....Estaba dormido. Con carita de ángel y expresión relajada.
Empecé a reírme de mí misma pero me tapé la mano con la boca para no despertarle. Madre mía...
Después de quedármelo mirando durante unos minutos, apagué con delicadeza la luz de la habitación. Me puse cómoda y le abracé. Cerré los ojos y no creí que fuera aquel indeseable. Respiré hondo. Y noté mis pulmones renovados y a mi corazón latiendo con alegría. Sí, quizá la solución a mis problemas no estaba tan lejos.

Solos tu y yo, descubriéndonos despeinando a besos tanto amor sobrenatural, manto sideral sobre los dos... Una epifanía de amor sin confesión. Con tus dedos en mi espalda me dibujas para adivinar y al seguir tus manos insolentes que el cuerpo se estremece, y dejo de pensar.

6 de octubre de 2011

No lo cuento, lo hago.

Está bien, está bien, hay que dejarlo; ya tienes un ex. Hay dos formas de tener un ex: o porque dejas tú o porque te han dejado. Yo prefiero dejar, porque si hay que frungir, que se frunja él. Pero si te dejan cabe la posibilidad de que te dejen por otro y tú: "¡ARGH! Maldita, se ha llevado al amor de mi vida y vuelcas tu vida en ella", pero hay algo mucho peor que es que te dejen por ¡NADIE! ¡Para estar solo, tío! ¡SOLO! Eres tú el problema, ¡está clarísimo!


[...]


Vamos a ver, tú tienes un colega que lo conoces de toda la vida, que lo quieres más que a un hermano... y te dice un día "Tío, tengo un problema gravísimo" y tú le dices "Pa' problema, el mío". Que somos españoles, joder, que los problemas de los demás son como los chistes de los demás - Sí, ¡pero el mío más! Lo mío, más de todo: Yo mi mío mi dignidad. 
- Tío, se me ha muerto mi padre.
- ¡Y yo he perdido un boli, joder! No agobies, tío, no agobies.


(N/A: Día de resentimiento con inspiración nula. Dios bendiga a los monologuistas).

1 de octubre de 2011

Uno, dos, tres, cuatro, (cinco), (seis), (siete), (ocho).

Por fin se ha cerrado la puerta. Por fin se han ido. He estado deseando mucho rato quedarme sola.

Me levanto de la silla y empiezo a dar vueltas por la casa, sin pensar en nada en concreto. Me muerdo las uñas. Mi corazón se queja latiendo ferozmente. Un martillo golpea mi cabeza insistentemente. Que ya lo sé, que no me olvido de qué día es hoy.

Y poniendo esa lista de reproducción me doy cuenta de que las cosas no son tan fáciles de superar. He tenido una semana más llevadera, he conseguido dormirme antes, no me he puesto esas canciones de camino a casa, no he entrado en la carpeta maldita y ni siquiera he echado un vistazo al corcho.

Pero no significa que días como éste vengan y se vayan de forma normal. Todavía no. Y sé que ya va siendo hora, pero soy incapaz. Llámalo X, pero esto es más de lo que puedo soportar.

Voy a la habitación. Miro el corcho. Sonrío al recordar lo feliz que era cuando me enseñaba esa carta hasta que nos vimos y me la dio. ¿Pero por qué? ¿Por qué dejé que todo se fuera a la mierda si era lo único que me podía hacer completamente feliz? Parece mentira que a estas alturas siga buscando respuestas a estos teoremas tan abstractos. Debería haberlo dejado por imposible, pero en fin, la fuerza de voluntad no es algo que me caracterice.

Giro la cabeza y miro la estantería. Y se me enciende la bombilla.
Están las velas de mis 18 años apoyadas en unos libros. Las cojo y voy a la cocina. La cerilla tiembla - más de lo normal - cuando la cojo y la enciendo. El fuego aparece, con fuerza, y me incita a quemar todo aquello que tiene relación con aquello que ya no me deja vivir tranquila. Pues no, no lo hago. Al contrario. Cojo la vela del 8 con la otra mano, que también tiembla y mientras la enciendo, se me cae una lágrima; el indicio, ya que con esa lágrima podría haber apagado la cerilla y dejar de torturarme. Pero no es mi estilo, lo siento en el alma.

Apago la cerilla soplando levemente y pongo el ocho encendido delante de mis ojos. Y mi mente viaja.
Subiendo la cuesta como una desesperada mientras la mochila y todo su contenido bota. Cuando por fin llego al final de la calle, me tomo diez segundos para respirar hondo. Meto la mano en la mochila y hurgo entre el lío de papeles que hay dentro. Maldigo mi desorden natural y rezo para que no se haya chafado. Pues estoy de suerte. Saco el muffin de chocolate y me apresuro a ponerle la vela. Tardo mi buen rato en encender el mechero y cuando lo consigo, pico al timbre. Las perras ladran. Los nervios me matan. Por las ganas de ver su reacción. Oigo cómo su madre le ordena que vaya a abrir la puerta y él refunfuña (Claro, ella lo sabe, él no). A los pocos segundos oigo el cerrojo y el chirrido de la puerta abriéndose. Y ahí aparece, con sus pantalones blancos, su camiseta negra, su pelo ya más largo recogido en una coleta y la barba sin afeitar. Y después viene su mirada emocionada y esa gran sonrisa que me vuelve loca. 
- Eres increíble.
Lo dirá porque he salido del gimnasio corriendo para pillar un tren y un autobús para quedarme ahí plantada. Pero la ocasión lo merece, y mucho... Le tiendo el muffin y soplamos la vela a la vez. Quiere darme un beso pero antes consigo decir...

- Felicidades por estos ocho meses, y gracias por todo. 
Pero sólo veo la pared de la cocina. A nadie más. Se me corta la respiración, Soplo la vela y la dejo caer. Se parte en trozos. Mira, ahora ya está empatada con mi corazón. 

Cojo un vaso y lo lleno de algo. Me atrevo a mirarme al espejo.
- Por las ilusiones rotas que me ayudan a crecer como persona.
Pero el espejo me devuelve una mirada fría. Eso no te lo crees ni tú. Un brindis por las ilusiones que seguirán estando ahí y que nunca más se van a cumplir.