Volví. Volví porque allí ya no me quedaba nada que hacer, porque ya no quedaba nada de ti, y tampoco de mí. Porque las cosas cambian, y no hay razón para pretender que sigan igual para siempre. Volví al lugar del cual no tendría que haberme ido, porque tarde o temprano iba a volver… aunque pensé que volvería contigo. Sí, pensé que regresaríamos juntos… eso pensé.
De pronto, me alivió pensar que encontraría un hogar en aquel edificio que llamaba casa. Imaginé mi regreso en una tarde soleada, sentí cómo me cegada el reflejo de los rayos de sol sobre el agua mientras descendía por el camino que rodeaba mis recuerdos. Sentí calor y emoción. Pensé en los largos paseos junto al mar, en el color verde, en los indescriptibles sonidos de la tarde, el color rojo, el viento, pensé en el amarillo, en el azul, el naranja, en las mañanas de verano, en el agua del mar, el cual se iba calentando paso a paso… Después, pensé en ti. Y llegué.
Llegué una tarde, pero los rayos de sol no me cegaron porque las nubes evitaban su paso. En ese momento, tuve la sensación de perder el color amarillo en todo cuanto veía. Y comencé a echarte de menos. El viento frío se llevó el color azul y la lluvia cubrió el verde. Entonces apareció el tedio y me invadió una sensación de tristeza infinita; eso hizo que desapareciese el color naranja y con él, el rojo. La orilla del mar se enfriaba con el blanco y el negro, y los días se hacían más cortos. Seguí pensando en ti, pero llegó un momento en que ya no me quedaban recuerdos.
Y dejé de hacerlo.
Algún día, no muy lejano, la última parte dejará de estar tachada porque habrá sucedido de verdad.