18 de septiembre de 2011

Still falling

El iPod está a punto de estallar. La octava vez que la misma canción sale por aquellos auriculares que amenazan con enrollarse a la primera de cambio (para variar). Puede parecer estresante, pero es lo único que me calma. Canciones en bucle. Siento que el corazón va a estallar en cualquier momento. ¡Qué nervios, por dios! Se me escapa la sonrisa idiota. Por favor, que vea que soy una persona madura, que valgo la pena, que... AHHHHHHHHHHH QUE YA ME TENGO QUE BAJAR!!!! 

Pròxima estació: Arc de Triomf. Correspondència amb línies 1, 3 i 4 de Renfe.

Una taquicardia - más que conocida en estos últimos días - ataca mis pulmones. Qué absurdo es todo. Las lágrimas de frustración y la risa histérico-nerviosa se pelean por ver cuál sale antes de mi cuerpo. Acaba ganando la segunda (de momento). Será posible. Siempre me la encuentro en las situaciones más inadecuadas. Puto karma, en serio, yo fui Stalin como mínimo. Aprieto mis uñas inexistentes contra el brazo hasta que me duele. Respiro hondo. Nos bajamos del metro y andamos hasta la salida. Y ahí está...

Nunca había estado aquí en mi vida. Con paso decidido pico el billete y miro por el vestíbulo. Ni rastro. Pero veo una columna. Decido sentarme y apoyarme en ella. La canción se está acabando. Que no se me olvide volver a escucharla..
Poco después una marabunta de gente que ha bajado de un tren vuelve a inundar el vestíbulo. Miro disimuladamente, y esta vez no fallo. Sólo veo unos auriculares blancos enormes y una diadema roja. Un signo infalible de distinción. Me gustaría ponerme de pie de un salto y correr, pero decido guardar las apariencias. Que no se note que estoy loca por él y que me muero de ganas de abrazarle. Tengo que hacerme un poco la dura. Pero en cuanto pica el billete y me ve apoyada contra la columna, abre los brazos y sonríe de una forma que mata toda la razón que hay en mi mente. Ahora sí. Pego el salto y la gente se aparta de mi camino (será por la cara de loca psicópata que se me pone). Por fin. Me aprieta contra su cuerpo y yo me engancho perfectamente. Oh sí, su olor. Me siento en el cielo. Su calor. Su sonrisa contra mi hombro. No necesito nada más. O quizá sí...
Aparto la cara de su cuello y me mira. Qué feliz estás. Vaya, el capitán obvio ataca de nuevo. Qué ocurrencias... Y por fin puedo volver a probar esos labios. Me quedaría toda la vida pegada a ellos... Qué escena más perfecta.

Siento que los pies me pesan. Una frescura extraña me invade al subir las escaleras, mientras oigo de fondo Tienes que cambiar los recuerdos antiguos por unos mejores, y por eso estamos aquí. Asiento automáticamente mientras cierro los ojos con fuerza, para intentar detener lo inevitable. Dios bendiga las gafas de Sol.
Y hablando de Sol... éste nos recibe con fuerza al salir del recinto. Un escalofrío malísimo me recorre la espalda. Y ahí está el puto edificio. Mirándome con superioridad. Está radiante. Ese día tan bonito se está burlando de mí.
Para qué hacerme la fuerte, si nunca lo he sido... las lágrimas caen hasta el cuello, no tengo ganas de limpiármelas. Agarro su mano fuerte para saber que no estoy sola en todo esto. Oigo cómo me dice palabras reconfortantes y vuelvo a asentir. Pero lo cierto es que las imágenes no se me van de la cabeza. 

El zoo todavía no está abierto. ¿Qué quieres hacer ahora?
Pero el tacto de su mano contra la mía no me deja responder. Todo es tan... irreal y bonito. Un Sol espectacular hace que tengamos calor ese día de febrero. 
Pasarme toda la vida contigo.
Dos segundos después me coge en volandas y empieza a darme vueltas. Le grito que pare, que soy de mareo fácil, pero la verdad es que vivir algo tan perfecto ya me marea de por sí. Es como... si no lo mereciera.
Dios, es que eres preciosa.
Y vuelve a cogerme de la mano mientras perdemos el tiempo en la mirada del otro. ¿Sinceramente? No puede existir algo más perfecto.

Después de cruzar el arco, buscamos algún lugar para sentarnos a hablar y hacer un poco el insensato. Mientras caminamos, veo a parejas felices. A saber cuántos hemos aprovechado para pasar un buen día con nuestra "alma gemela" paseando por estos lugares... a saber cuántas parejas lo han dejado aquí mismo y por ese mismo motivo, no vuelven a aparecer por aquí. Y a saber cuántas personas han venido agarradas de la mano de otra persona diferente, sólo para aplacar el recuerdo anterior... a saber la de historias que se han vivido aquí. Por fin nos sentamos y puedo dejar de pensar en chuminadas. Y, poco a poco, el semblante me cambia. Al final he acabado gritando palabrejas no aptas para la salud de los pobres niños que juegan a nuestro lado. He conseguido olvidarme de todo un poco. Eso sí, una puñetera vez he suspirado, he mirado al cielo y no he podido ahuyentar a un recuerdo. Se ha colado con rapidez y ni siquiera he intentarlo echarle, aunque no forme parte de mi vida. A veces me da la impresión de que me he despertado de un largo sueño... de que nada de aquello fue real. De que soy una esquizofrénica que se inventa la realidad. Si no, no sé cómo aguanto de pie.

Para ser mayo, hace frío. Y no hay mejor manera de quitar el frío que...
¡Te reto a un duelo!
Y de repente está delante de mí, con un aplaudidor (que gentilmente nos han regalado) apuntando hacia mi cara y con una expresión desafiante. La verdad es que hoy no es mi día, pero siempre sabe qué hacer para sacarme una sonrisa. 
Cojo el otro aplaudidor y me levanto. Da un paso atrás que se me antoja adorable y me ataca. Me defiendo como puedo y empiezo a pegarle por la cara, por la barriga, por las piernas...
Eh, cobarde, ¡eso no se vale! ¡Tienes que darle a mi espada!
Y huye. Salgo corriendo detrás de él a carcajada limpia mientras le propino "espadazos" en el trasero. Vuelve a pegar un salto gracioso y me ataca con una destreza que me deja anonadada. Cuando me quiero dar cuenta, me ha cogido por la espalda mientras se ríe como un desquiciado. Los aplaudidores caen al suelo.
Así me gusta... verte feliz.
Un repelús recorre mi cuello. Sabe que es mi punto débil, pero él nunca desiste.
Porque... estar contigo es un sueño hecho realidad. Felicidad es poco. Te quiero.
Me aprieta con sus brazos mientras hunde la cabeza en mi cuello a pesar de mis gritos.
Y yo. Yo también te quiero, cosita.

Ya han pasado unas cuantas horas y decidimos volver a nuestro maravilloso pueblo. Una vez más, me cuesta andar. Estoy muy enferma. Me gusta revolverme en la mierda. Soy una cobarde para superarlo y, por consiguiente, una experta en aparecer en su vida con excusas baratas. Una yonki del sufrimiento. Una talentosa en el arte de arrastrarme. Una vicada a los tópicos es que aunque me hayas hecho tanto daño volvería contigo sin pensarlo.
Con esta sarta de sandeces me entretengo mientras andamos huyo. Y, de repente, como si lo estuviera esperando, un pinchazo en el corazón. Se me caído una lágrima del dolor. Y se me ocurre mirar a mi alrededor. Ajá. Ya sé cuál es el problema. No lo había visto hasta ahora... un banco. Un banco normal y corriente. El banco que marcó que ya no volvería a pasear por esos terrenos, si más no, de la misma forma. El banco maldito. El banco que destrozó mi felicidad y se la quedó para si.

Parece que estemos en otro lugar distinto al que hemos visitado durante estos meses. No hay ni una mosca, ni siquiera un guiri tomando fotos al famoso monumento. Será porque está lloviendo y la gente prefiere refugiarse en algún lugar hasta que el mal clima pare. Nosotros no podemos tener ese lujo. Mejor zanjar esto cuanto antes... Mejor asumirlo ya.
- No me mires así, que me matas...
Hinco las uñas contra las rodillas.
- ¿Y cómo quieres que te mire? 
- Joder, me siento fatal...
- ...pero no puedes seguir con esta farsa, ¿verdad?
- Pues no.
Otro silencio incómodo. Tengo un puto nudo en la garganta que me bloquea entera. No puedo salir corriendo de los problemas, no puedo abrazarle por última vez, ni siquiera pegarle una bofetada. Es que no entiendo nada y eso me paraliza.
- Verás, la distancia ha enfriado las cosas... y me he dado cuenta de que no siento lo mismo por ti. Te quiero, sí, pero no de la misma forma que antes. Ahora sólo te tengo cariño porque eres una persona que vale mucho... Pero no estoy enamorado de ti.
Ya lo sé. Lo he intuido estos últimos días. Pero el hecho de hacerlo público y certero no ayuda a no enloquecer.
- No dices nada...
- ¿Y qué se supone que tengo que decir?
Muy bien. Sólo contesto con preguntas. Realmente me gustaría preguntarle dos cosas en concreto: "¿Todavía no la has olvidado?" o "¿Me has puesto los cuernos con la otra?" pero el maldito nudo se ha convertido en un agujero negro. No puedo asimilar que se ha acabado así, sin más. No quiero pensar qué voy a hacer todos estos días, sin la ilusión de volverle a ver, sin esperar llamadas a las tantas de la madrugada, diciéndole te quieros a la almohada...
- ¿Se puede saber qué he hecho mal? - empiezo a darme puñetazos en los muslos y las lágrimas caen sin vergüenza alguna.
- No has hecho nada. No es tu culpa, de verdad, soy yo, que ya no siento lo mismo por ti.
- Pero por algún motivo en concreto has tenido que pensar todo eso de golpe. Mira, yo sé que apenas hemos hablado estos días y estoy muy agobiada y arisca por los exámenes, pero yo... yo...
"...te prometo que cambiaré. Por favor, no me dejes sola. No podré soportarlo. ¿Qué voy a hacer ahora sin ti?" Otro final de una frase absorbida por ese maldito agujero negro.
- No sabes cómo me jode verte así... de verdad que me hace mucho daño... eres una persona que vale mucho la pena y encontrarás a alguien que te merezca.
Dios, pero qué rabia. Otra frase que se queda encerrada dentro de mi. "¿Y qué si valgo mucho la pena? A la mierda las buenas personas, ¿sabes? Yo quiero estar contigo, y si para eso me tengo que convertir en una cabrona, pues lo hago. Pero te lo suplico, no me dejes". Casi me arrodillo, pero mi cuerpo está convirtiéndose en lo que va a ser el resto de su vida: algo inerte.
- Sé que suena un poco cabrón, pero... ¿quieres que te abrace?
Niego con la cabeza. Sólo me falta eso. Pongo la cara entre mis manos. Soy incapaz de hacer otra cosa que llorar. Me siento débil, estúpida, vulnerable, utilizada. Son demasiadas cosas en mi cabeza. Quiero suplicarle que no me deje, quiero pedirle explicaciones, quiero insultarle y gritarle, pero todo se me antoja imposible. Sólo puedo pensar qué voy a hacer con todos estos sentimientos. No puedo tirarlos a la basura, aunque ya sean inservibles. Tengo que guardarlos con las ilusiones rotas, con mi corazón destrozado y mi motivo para seguir adelante aniquilado. Joder, me arde el pecho. Estoy mareada. El estómago no para de quejarse. Un martillo impacta sobre mi cabeza a cada segundo. Y mi mente es incapaz de asimilar lo que está pasando. ¿Por qué me he enamorado? No sale a cuenta... Vuelvo a lo mismo, ¿y ahora qué hago yo con todo eso?
- No puedo verte así sabiendo que es por mi culpa... - se levanta del banco y empieza a andar.
Separo los dedos de mis manos y veo cómo va desapareciendo de mi vida. Esta vez de verdad. No. Tengo que hacer algo antes.
Salgo corriendo, empapada por la lluvia, y le agarro por la espalda con fuerza. Se gira y me acerco a su cuerpo. Le abrazo con todas mis fuerzas. Araño su chaqueta, como si le hiciera ver que ese pequeño dolor no es comparable con el de un corazón roto. Y entonces muero. Noto que se convulsiona. Se agarra a mí con desesperación. ¿Cómo hemos podido llegar a este punto? No me paro mucho a pensarlo, ya que es el último abrazo suyo que voy a tener. Voy a disfrutarlo. Voy a sentir su calor, su olor contra mi ropa por última vez.
- Serás hija de puta... has roto mi barrera... me prometí que no iba a llorar aunque me joda mucho hacerte esto. Sé fuerte, por favor. No sabes cuánto lo siento...
Sabe que es imposible, pero lo dice para sentirse mejor consigo mismo. Sabe que no voy a ser fuerte. Sabe que voy a estar casa dando vueltas, tirándome de los pelos, pegando a las paredes, maldiciéndome por no saber mantener lo que más quiero a mi lado y encima tampoco luchar por solucionar el problema.
Nos miramos a través de la lluvia, que ya empieza a cesar un poco. Ahora sólo veo unos ojos rojos, un poco hinchados, fríos, que ya no muestran ese cariño, sino lástima.
- Lo siento, pero tengo que hacer algo antes de dejarte marchar de mi vida...
Y le besé antes de que él contestara o que yo me lo pensara mejor. Un último contacto entre nosotros. Un último beso al que me voy a aferrar a partir de ahora.

Desvío la vista. Algún día vendré con un bazoka y reventaré el monumento, el césped y un par de bancos. Y a él, ya de paso.
En realidad, es triste que la historia haya acabado de esta forma. Muy patético por mi parte. Normal que esté mal una temporada, pero ahora mismo ya debería estar acostumbrada a vivir sin él. Y estoy peor que hace un mes. Y lo único que hago es desperdiciar una amistad que, fuera del amor, estaba muy bien. Sé que me esperará hasta que me recupere, si es que no le toco más los huevos... Hoy he llorado, pero no ha servido de nada, sólo para hacérselo pasar mal a la gente de mi alrededor. Y me duele muchísimo estar así, por eso debo cambiar. Ya que soy una persona débil porque no me veo capaz por mis propios medios, recurriré a los profesionales. 

Ahora ya no espero que un día me llame y me diga que se arrepiente de todo y quiere volver conmigo. No. Ahora estoy obsesionada con dejarlo atrás, seguir adelante, poder pensar en algo precioso que viví sin que me den pinchazos en el corazón, poder hablar con él tranquilamente, e incluso volver a querer ser feliz (eso lo dejo para muchos años luz, porque el amor ha dejado de tener sentido para mí). Anhelo salir de este pozo. Lo deseo con todas fuerzas, pero tiempo al tiempo. Ahora está demasiado oscuro y es muy ancho como para poder escalarlo. Por no decir que yo misma me pongo trabas - bendita paradoja. Sé que algún día podré llegar a la cima. Pero hasta entonces... ajo (a joderse), agua (a aguantarse) y resina (a resignarse).


Y lancé una última mirada a ese escenario que ha presenciado una apoteósico inicio y un apocalíptico final. Pero volveré... like two strangers turning into dust.

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