30 de agosto de 2011

momentos perfectos mezclados con mal karma

- No puedo, no puedo bajar por aquí.
- Tranquilo, respira hondo...
- Que no puedo, joder, que lo paso muy mal.
- Que sí, confía en mi.
Me hace caso a regañadientes. Cada escalón que baja se le hace más imposible. Me agarra con miedo mientras descendemos por aquella escalera de caracol. Suelta improperios en voz baja.
Y a mi se me ocurre una idea.
- ¿Qué haces? ¡¡¡No me sueltes!!!
- Shhh. No voy a hacerlo. Espera.
Hago que se pare mientras me coloco en frente de él, agarro sus manos con las mías y volvemos a seguir descendiendo.
- ¿Vas a bajar de espaldas por ayudarme? Estás loca... te vas a matar...
- ¿Y luego soy yo la neurótica? Cállate y mírame.
Y eso hace. Intento proporcionarle tranquilidad, hacerle saber que conmigo no va a pasarle nada malo. Y parece que funciona, porque baja un escalón, y otro, y otro. Cuando veo que el miedo vuelve a atacarle...
- Te quiero.
Y su mirada cambia. Y esa sonrisa que me vuelve loca aparece. Ahora incluso pilla velocidad bajando las escaleras. Siento que no necesito nada más para ser feliz.
Finalmente ponemos los pies en el suelo. Me da la sensación que se siente orgulloso consigo mismo. 
Me abraza con fuerza, atrapándome entre sus brazos.
- Yo también te quiero, cosita - me susurra al oído.
Me gustaría describir todo lo que sentí en aquel momento, pero es completamente imposible. Me quedo corta. Qué momento más perfecto.




El tren da una sacudida. Abro los ojos y vislumbro la estación de Barcelona-Sant Andreu Comtal. Pf. Asco de presente. Quiero vivir anclada en el pasado.
Antes lo digo, antes me encuentro a las personas con las que menos me gusta interactuar ahora. Y la cosa no se quedó ahí... Definitivamente, fui Hitler - como mínimo - en otra vida. Y ya me estoy hartando.

29 de agosto de 2011

porque 'jamás' es sólo 'samaj' dicho al revés


No puedo más. Tengo la cabeza atrofiada. Llevo cuatro horas pinchando a una tía en todos los lugares de su cuerpo y analizando sus fluidos y no he obtenido ningún resultado convincente. Necesito un break.
Bajo a la cafetería. La persiana bajada, qué raro. Aún siendo las 4 de la mañana siempre hay alguien atendiendo. 


Cerrada por defunción. Es cierto, lo había olvidado... Cuando amanezca la llamo y le doy el pésame. 

Pero necesito ese café que me quema la garganta y me desvela. No queda otro remedio que volver a la segunda planta. Me decanto por utilizar las escaleras; paso de escuchar palabras arrastradas por médicos de guardia o quejas de pacientes que han sido desvelados por dolores. Y así se me pone el culo duro. 

Mis tacones retumban por las paredes del oscuro y vacío pasillo que lleva hasta la máquina de café. ¿Por qué los médicos no podremos llevar bambas? Cuánto sexismo suelto. Hay una persona delante de la máquina, bebiendo y mirando fijamente las luces de la misma. 

Es él. Respiro hondo y me coloco a su lado. Me mira a los ojos, intentando buscar en ellos una chispa de esperanza. Mejor busca dentro de ti, que ahí fue donde me la dejé.

- ¿Cómo va?

- Estamos descartando posibilidades, y muchas de ellas eran las más peligrosas.

- Pero no hay nada claro, ¿verdad? Nunca se te ha dado bien mentir.

- Por desgracia.. me hubiera ahorrado muchos disgustos - pongo énfasis en esto último.

Sonríe levemente y bebe un sorbo. Me lo quedo mirando. Los años no han pasado para él: no tiene ni una sola arruga de más y su pelo sigue entusiasmado con darle guerra (de ahí que lleve puesta una de sus famosas diademas). Incluso lleva una camiseta de algún concierto al que habrá asistido. No, realmente no ha cambiado nada.

- No te pidas un cappuccino - su voz me saca de mis pensamientos - se han equivocado y han puesto chocolate.

- Gracias... Pero ya no tomo cappuccino. - Elijo un café solo y espero a que la máquina me lo sirva.

- Vaya... pues sí que has cambiado, sí.

Claro. He cambiado exteriormente. Él ve ese pelo liso (si ese día tengo mucha paciencia), esas camisas lisas, esos pantalones de vestir, esos tacones y esas ojeras que van creciendo por momentos. Ah, y la bata que proporciona madurez y seguridad - craso error -. Sin embargo, él no ve que por dentro estoy exactamente igual. Sigo actuando y pensando de la misma forma; exteriormente he cambiado porque la sociedad me obliga a ello. Pero echo de menos mis bambas y mis camisetas anchas y de colores y mis ganas de comerme el mundo y aquella felicidad...

- ¿Sabes? Técnicamente ya es día ocho - le comento como quien no quiere la cosa mientras saco el café ya preparado - y, como cada día ocho de cada mes, te recuerdo que sigo enamorada de ti, te aviso de que cometiste un gran error dejándome y que sigo esperándote.

- Ya ha pasado mucho tiempo.

- Sí, lo sé - ni me ha mirado a la cara. Intento controlarme. 

- ¿Y por qué sigues haciendo esto? Ya van...

- Sí, diez años exactamente, ya lo sé. Llevo diez años enviándote un mensaje desde aquel fatídico ocho de junio, que me dejaste con un par de motivos que nunca me han convencido del todo.

- No puedes seguir así. No puedes hacerme esto..

- ¿Ah, no? Créeme, si por mi fuera te hubiera perseguido todas las noches hasta tu casa, te hubiera hecho oler cloroformo, llevarte a mi casa y atarte a la cama para que no huyeras, meterte descargar eléctricas o usar el método Ludovico sólo para que vieras que soy la única persona que va a hacerte feliz. Para que vieras que dejarme fue un error. Para calmar una agonía y un vacío existencial que soy incapaz de controlar... 

Me bebo el café de un trago y controlo un escalofrío.

- ...así que creo que un simple recordatorio una vez al mes no se debe considerar ni acoso. Deberías darme las gracias por desaparecer de tu vida. Y además, para lo que me sirve enviarte mensajes... Sólo para calmarme un poco, no para que vuelvas. Que sí, antes de que me repliques algo, sé que nunca vas a volver conmigo. Pero yo no pierdo la esperanza. Esa inútil ilusión es lo único que me mantiene viva. Y porque "jamás" es sólo "samaj" dicho al revés. Menuda estupidez.

Rompo el vaso con una sola mano, lo tiro a papelera - no cae dentro, pero ahí se queda - y me vuelvo al laboratorio.

- Esther...

Me giro rápidamente.

- Cuando encontréis algo, venid a avisarme. Estaré toda la noche en su habitación.

- ...No te preocupes.

Me muerdo el labio inferior para controlar las lágrimas. Tranquilo, todavía no sabemos qué le pasa, pero por mi... que se muera.

Sí, soy una persona horrible. Diez años encerrada en el mismo pozo y ahora deseando la muerte de su novia. Su novia. La que conozco desde hace doce años. La que me amenazó con no acercarme a él. Con la que se ha reencontrado y ha renacido la chispa del amor.

Tengo la vida de esa chica en mis manos. Tengo la felicidad de la persona que más quiero en mis manos. Pero no voy a ser egoísta. No quiero que se conforme conmigo (o sí, para qué nos vamos a engañar). No soy un monstruo. Simplemente soy una máquina que está programada para sentir dolor. 

27 de agosto de 2011

ahora puedo estar a su altura

Sí, tienes razón, lo estoy pasando mal... Bueno, por las mañanas me levanto a las 6, salgo a correr, llego a casa, mato a un par de tortugas con el Super Mario, luego toca ir a la universidad, donde me paso 10 maravillosas horas concentrada en aprender y estudiar. Llego a casa, ceno y hago puzzles de 5000 piezas. Cuando ya no puedo más, me voy a la cama y caigo rendida. Funciona. Así no me da tiempo en pensar en las otras cosas. Cuando me quiera dar cuenta, lo habré superado.


Dos años después.

¿Que dónde he estado todo este tiempo? Desaparecí, como bien has visto durante este tiempo. Me fui a Nueva York una temporada. Mi terapia del agobio no funcionó. Huyendo he podido desintoxicarme de todo. Del dolor, de los malos pensamientos, de la negatividad, de las pesadillas, del masoquismo, de mi corazón roto. Allí he tenido libertad, y he aprovechado para hacer las cosas que siempre he deseado y no he hecho por falta de tiempo e iniciativa. Tocar el piano, hacer un curso de dibujo, comprarme libros de física, tirarme en paracaídas, incluso aprender unos pasos de baile moderno. Ha sido un año sabático.

Vale. Te he mentido. No me he desintoxicado del todo. Porque cada vez que cumplía uno de mis sueños frustrados, mi pensamiento era: "Ahora puedo estar a su altura. Ahora puedo atreverme a luchar por él."

Ahora puedo estar a su altura. Ahora tengo derecho a luchar por ti, a tenerte. Sí, ya sé que ella es una falsa. Ya sé que ella te hizo mucho daño. Sé que ella estudia ciencias puras y yo estudio ciencias médicas. Pero tuvimos lo mismo. La diferencia es que ella lo consiguió de verdad y lo mío fue sólo una ilusión. Por eso la envidio. Por mala persona que sea, por mucho que la odie, aunque no entienda su comportamiento de niña no madura... me hubiera gustado estar en su pellejo. Porque ahora ella es feliz. Y encima en el pasado pudo disfrutar de ti como a mi me hubiera gustado. Ella te vio enamorado, la quisiste como a nadie, de eso estoy segura. A pesar de que no te haya apreciado y te dejara tirado - o eso me has contado, vaya - te dio todo lo que necesitabas, algo que me hubiera gustado darte toda la vida.

Por eso me escapé. Porque no podía admitir que la odio porque nunca voy a llegar tan adentro de ti como lo hizo ella. Y cada vez que he aprendido una canción nueva de piano, pensaba Ya me parezco un poco más a ella. Incluso quería alisarme el pelo y seguir su régimen de comidas. Para que al volver, me confundieras con ella y me quisieras como a ella. Joder, estoy desquiciada. Cuando aprendí a dibujar un poco mejor, dibujaba cómo sería tu cara al verme así de cambiada. El efecto deseado para los dos. Eso me mata. Primero intenté conquistarte tal y como soy, e incluso parecía que lo conseguía. Pero, simplemente, los dos vimos lo que nos convenía, nos pensábamos que juntos seríamos felices y se acabarían nuestros problemas. Pero yo no podía darte lo que realmente querías. Al contrario; creo que te acercaba lo que nunca más vas a tener y cuando podías tocarlo, te lo alejaba. Pues suerte que nos hemos dado cuenta a tiempo. Con eso me refiero, por ejemplo, que no te diste cuenta cuando nos fuéramos a casar - por ser muy exagerada, eh, ahora no salgas corriendo.

Pues sí. He estado un año intentando olvidarte pero sólo intentaba convertirme en lo que querías. Sólo por tenerte soy capaz de hacer cualquier cosa. Patético, eh? Si sirviera de algo... Incluso fui a unos cuantos conciertos a los que te hubiera gustado asistir. Una vez más, no ha servido de nada. Bueno, no pasa nada. Ahora no voy a interponer un océano de distancia entre nosotros. 

Qué va. Huy, mira qué tarde es. Me voy a hacer puzzles de 5000 piezas. Nada, nada, es que no he perdido el hobby. Y la vida sigue.

25 de agosto de 2011

she hides true love en su bolsillo

Otra vez el despertador. Cómo odio la rutina. 

El calor me agobia, pero sigo tapada hasta arriba. Ese maldito olor.
Un flechazo me ataca. ¿Consigo algo estando amargada por culpa de un idiota? Me ha invadido la revelación. Probablemente me arrepienta de esto, pero ahora no voy a dejar escapar este sentimiento que me hace ver que puedo superarlo. Pero para conseguir eso...

Manos a la obra.

"Lo siento, no vendré esta mañana a trabajar. Me he levantado con el estómago revuelto y quiero estar bien fresca para la operación de esta tarde. Eso sí, el café no lo dejo pasar por nada del mundo. ¿Nos vemos a las 3 donde siempre? Nos saldrá bien."

Una mentira piadosa. Bah, ya le contaré lo que he hecho en realidad. En cuanto tenga la certeza de que haya funcionado.

El primer punto: los recuerdos de papel. 
Saco la llave, escondida dentro de mi querido Prometheus (el volumen de locomotor, está claro, no lo abriría ni loca) y abro ese cajón que tantas veces me he prohibido tocar. Suspiro profundamente. Venga, tú puedes. Vas a hacerlo, vas a superarlo. Meto las manos entre montones de papeles desordenados. Todavía me acuerdo de la última vez que toqué este cajón. Con un ataque de rabia, cuando me dejó sin justificaciones coherentes, metí todos sus escritos ahí dentro mientras un fuego me consumía por dentro. Han pasado tres meses y todavía hay marcas de lágrimas en las hojas y de arañazos en mis propios brazos. 
Cogí cada papel con cuidado, observando cada palabra por última vez. Los fui apilando en el suelo, para más tarde llevarlos a la barbacoa que tenía en el jardín. Cada vez me sentía más orgullosa de mí misma; no solté ni una sola lágrima. Una vez acabé, cogí las cerillas mientras observaba aquel montón de papeles. ¿Cómo pudo dedicarme tantas palabras que no sentía? Déjalo estar, que esas preguntas sin respuesta son las que te vuelven loca. Venga, haz que desaparezca todo aquello que nunca tuvo sentido para él. Espera. Voy a guardar un único papel. Para que cuando pasen los años, al menos recuerde que pasé unos meses preciosos a su lado. Aunque luego las cosas acabaran tan mal. Me guardo el papel en el bolsillo. Enciendo la cerilla. Se consume en mi mano, que tiembla cual hoja. Respiro fuerte. Yo puedo hacerlo. Y sin pensarlo más, la tiro. Los papeles que llevarían tanto tiempo escribir arden lentamente. Las palabras se esfuman. Y un sentimiento de euforia empieza a apoderarse de mi. Estoy empezando a superarlo. 

El segundo punto: los objetos. 
Una vez llego al comedor, miro todo lo que hay en él. Muchas fotografías. Demasiadas, diría yo. Toca hacer limpieza. Más que nada, porque ver nuestras dos caras llenas de felicidad no es una buena terapia de superación. Llena de rabia, cojo esas fotografías y las estrujo en mi mano. Su sonrisa, una sonrisa que espero olvidar, adquiere una curvatura extraña. Me siento mejor.
Voy paseándome por las habitaciones, rompiendo fotos que coloqué estratégicamente para hacerme sentir peor (hay que ver) y objetos que me regaló o que compramos cuando viajamos. Y aquel puzzle que me regaló cuya imagen salíamos nosotros haciendo caras extrañas. Lo descolgué y no me atreví a descomponerlo, porque me costó mucho hacerlo. Simplemente lo castigué de cara de la pared, en el rincón donde guardo los paraguas y los zapatos. Ya queda menos...

El tercer punto: la ropa. El más difícil sin duda alguna.
Entro en mi habitación. Miro las sábanas en las que he estado enredada esta noche. Me acerco con miedo, me las quedo mirando, las huelo. Oh, no. Su maldita colonia. Su maldito olor. Sigue impregnada en las sábanas, en mi ropa, incluso juraría que en mi cuerpo. Eso es lo que me desquicia realmente. Es lo que me hace pensar por las noches que sigue estando a mi lado. Esa maldita ilusión es la que no me deja seguir adelante. Basta ya.
Cojo todas las sábanas y las apilo en un rincón. En cuanto a la ropa, me deshago de la que me regaló y me quedo con la que me lástima tirar, pero vuelvo a meterla a la lavadora. Que se vaya ese maldito olor de mi vida. Para acabar, entro en el lavabo. Abro un armario y saco su colonia. Se la dejó, pero no ha vuelto a por ella. O quizá ha cambiado de marca. Me entran ganas de tirarla al suelo, pero ese olor se esparciría por la casa y de nada serviría todo lo que he hecho. La aprieto contra mi mano, la escondo entre el montón de sábanas y lo tiro todo al contenedor. Vuelvo a casa, me doy una ducha y me miro al espejo después de mucho tiempo. Sonrío un poco. Bueno, es un inicio. He quitado de mi camino todo lo que me recordaba a él. Ahora sólo queda esperar. Vuelvo a sonreír y me voy a comprar nuevas sábanas que me ayuden a olvidar. Ah, un momento...

Relato esta historia como bálsamo cuando me dé un bajón. Para recordarme que sólo es cuestión de plantarle cara al tema. Ahora sí que me voy, tengo que hacer las compras que marcan un antes y un después en mi recuperación. 


Con todo el rollo me he olvidado de qué día es hoy. Saliendo del parking.
Y hoy, día 25 de agosto...
Su cumpleaños... y lo he pasado por alto. No me he acordado de él lo suficiente. Creo que ésta es la mejor noticia que puedo recibir. 


Inciso: he podido escribir este texto con todas las V. Antes no las escribía y el corrector las ponía por su cuenta. Considero esta chorrada como un pasito de tortuga para superarlo. A ver cuánto tarda en venirme el bajón. 

17 de agosto de 2011

Un plan B poco convincente





Paseando por un centro comercial, me da por pararme en la sección de electrónica. Concretamente, en la zona de auriculares y accesorios para reproductores de música. Cierto, no estaría mal que me comprara unos auriculares grandes, si me paso todo el día enganchada al iPod... Un escalofrío me recorre la espalda. Lo freno y me dispongo a observar los diferentes auriculares que hay. Entre precios y demás acabo debatiéndome entre dos modelos, muy parecidos entre ellos.
Modelo A. Pueden doblarse hacia adentro, lo que facilita su transporte e impide que se rompan antes. 
Modelo B (también llamado Plan B, plan de huida). Con función reversible, lo que ayuda a la persona que había al lado escuchar también. 
Ah, sí, también me olvidaba de algo importante. Los primeros auriculares, sí, esos que se doblan, ya los conozco. Ya los había visto, y más cerca que ahora. Puestos en una cabeza noche tras noche, a través de la pantalla de mi ordenador. Ésos que habían escuchado tantas palabras mías y suyas, ésos que ya no me reconocen. Joder. Por qué me dará por pensar en esas cosas ahora.. Y así estoy, con un auricular en cada mano. La decisión sería fácil si no hubieran recuerdos de por medio. Respiro profundamente un par de veces. Soy un poco reacia a comprarme los mismos que los suyos, aunque sean asequibles al bolsillo y cómodos; es como si le llevara siempre conmigo. Realmente ya no debería pensar en él y menos por chorradas como ésta, y precisamente estos últimos días llevaba la situación relativamente controlada, pero de repente y una vez más, mis esquemas vuelven a caer. Maldita sea. No voy a dejar que esto me venza. Me dirijo a un dependiente cualquiera. Le pregunto si los auriculares "no tabú" tenían la misma función de doblarse hacia dentro. Convencidísimo, me contesta que sí. Le suelto un seguro? fruto de alguna desesperación oculta que ha salido a la luz. Vuelve a afirmar y ya que me quedo más tranquila. Vale, me quedo con éstos. Parece mentira que esté huyendo de unos auriculares... Ah, no, calla, que los otros tienen función reversible y eso sale más a cuenta. Pago y huyo de ese lugar. Esto afecta demasiado a mi salud mental. Pero espera... Tengo un mal presentimiento... Para mi asombro, recuerdo todas estas calles que recorrí hace un año. Las subo a toda prisa y llego a los bancos de la catedral. Me siento y abro la caja de los auriculares. Lo primero que intento comprobar... Mierda. No se doblan. Sólo se ajustan, igual que todos los demás. Le doy una patada a la caja. ¿Por qué este berrinche? Tío, son unos putos auriculares. Si no se doblan, pues bueno, puedo vivir con ello. Me convenzo de ello y vuelvo a bajar por las mismas calles más tranquila, acompañada de mi familia. O eso intento. Oigo a la gente hablar y reír, pero de lejos. En mi cabeza sólo se concentra una risa. Aquella que escuchaba después de dedicarle algún te quiero, fuera esperado o no. Mierda. Qué dolor de cabeza. Ahora, después de días sin pensarlo, no puede venir a mi con tanta facilidad. Y mi mente viaja sin poder frenarla. Llega al recuerdo en el cual vi aquellos auriculares en directo por primera vez. Arco de Triunfo (gracioso, el nombre. Allí empezó la relación y allí terminó. ¿Triunfo? Una vez más, para el fracaso). Mirando la salida de la estación como una posesa. Y, entre la multitud, lo vi. Curiosamente, por los auriculares. Destacaban. Igual que su diadema roja, igual que su pelo, igual que su radiante sonrisa. Lo abracé con fuerza. Y ahora vienen flashes. Sentados en el banco. Entrando en el zoo. Sus manías por hacerme fotos, fotos que acababan siendo trozos de pelo y los cuales él halagaba. Cada una de aquellas sonrisas clavadas en mi mente. ¿Y ahora? Nada. Vacío. Agujero negro. Joder, contrólate. Voy por la calle, voy con mi familia, no puedo dejar que esto me supere una vez más. Ya que no he podido controlar al recuerdo, voy a engañarlo un poco. Voy a imaginarme una situación utópica. Paseando por esas mismas calles abrazada a alguien. No, no es él. No le veo la cara, pero el tipo sí que es diferente. Más alto, incluso diría que su pueblo tiene algunos reflejos rubios. Sus manos, grandes, cálidas, me agarran con fuera por la cintura. Yo tengo agarrada su camiseta roja con fuerza. Paseamos por estas mismas calles. Apoyo mi cabeza contra su hombro y él me pone todo el pelo en la cara. Intento poner cara de enfadada pero se me escapa la risa. Empezamos a perseguirnos y acabamos abrazados. Uffff. Ahora ya estoy un poco mejor. A veces va bien imaginarse un pensamiento completamente falso. Sólo para que el coraje no te venza en situaciones en las que no puedes más.

Al llegar al coche, decido probarlos. Los auriculares, me refiero. Vaya, menuda sorpresa. La clavija es enorme. Mierda, son para minicadena, para radio, para altavoces, para el ordenador, pero no para mi puto iPod. Pues ahora toca cambiarlos y quedarme con los otros. Menudo cabreo. O el destino quiere reírse de mi por huir de unos auriculares o es que tengo que aprender a no relacionar todo lo que me rodea con él. Pues ya sabes lo que toca. Dentro de tres días tendré en mis manos un motivo más para salir huyendo de todo.

¿Desconectar? Eso no se consigue. Ya puedo estar sin cobertura, sin internet, sin señales de que sigue vivo y encerrando inconscientemente los recuerdos, que al bajar un poco la guardia, todo explota de golpe. Y vuelta a empezar. Hasta que llegue el día que tanto ansío. El día que nada me duela.

1 de agosto de 2011

Uno, dos, tres, cuatro, (cinco), (seis).

Tranquila, ahora estoy muy cómodo contigo. Pero si algún día lo dejáramos, echaría muchas cosas de menos, entre otras cosas a tus padres: son muy buenos conmigo. Sé que si lo dejamos lo pasarías fatal y me odiarías durante una temporada, pero luego me gustaría que tuvieras la cabeza fría y no te quedaras con la visión de que soy un cabrón y todo lo malo... seguro que acabarás pensando "joder, ya no estamos juntos, me da mucha rabia pero cuando lo estábamos se levantaba a las 6 de la mañana sólo por venir a verme y pasamos una temporada increíble juntos". Te costaría, lo sé, lo entiendo, pero con lo que hemos pasado juntos, me gustaría que tuvieras una buena visión de mi; créeme, yo la tendré. Pero vamos a dejar de hablar de esto porque es tontería hablar de algo que no va a pasar... sólo te lo recuerdo para que estés más tranquila, para que el examen de mañana te salga bien porque no te preocuparás por otras cosas. Y también recuerda que te quiero.

*Dos meses después*

Menos mal que ya han llegado las 12. Ya no tengo uñas y en breves no tendría piel en los dedos. Pero por fin el día ha cambiado! Con una gran sonrisa en el rostro cambio de pantalla. Ahí está. Sonriendo como sólo él sabe hacerlo. Está tan lejos y tan cerca a la vez... me felicita, le felicito, le recuerdo que le quiero. Vuelvo a la pantalla anterior y me crujo los dedos. Ya sabe lo que voy a hacer. Es como un ritual. Pongo una canción acorde y dejo que los dedos bailen sobre el teclado. Ellos expresan lo que las simples palabras o gestos no pueden. Eso me gusta.

Una hora, un par de pilas gastadas y unas treinta líneas después, apago el ordenador. Me meto en la cama. Estoy realmente agotada pero la felicidad hace que no pueda parar de dar vueltas. Y de repente, ahí suena. El móvil. Como cada noche. Y como siempre, dejo que vibre tres veces - que no se note que me muero de ganas de cogerlo. Descuelgo, nos decimos cuatro palabras tontas (y quizá, sólo quizá, las manos propias van un poco más allá de coger el teléfono) y a dormir. Bueno, yo sigo con mi nerviosismo, lo que me impide descansar correctamente.

Pero eso no es impedimento para que cuando suene el despertador salte de la cama. ¡Qué bien que madrugamos cuando nos interesa, los demás días no hay quien te saque de la cama!, oigo gritar a mi madre mientras voy de cabeza a la ducha. No me lo puedo creer. ¿Ya ha pasado tanto tiempo? Es casi increíble. Lo más increíble de todo es que esté durando tanto. ¡No lo he mandado a la mierda! Difícil de creer. Suelo echar a las personas de mi vida. Si a ésta no la he echado todavía, es que merece la pena de verdad. ¡Oh sí!

Como siempre, se me hace tarde. Desayuno de camino a la estación y cuando llego a la estación, ahí me la encuentro. Será posible, parece que sabe hacia dónde voy y con quién quedo, porque siempre coincido con ella en la misma situación. Bleh. Ni siquiera siento un pinchazo. Puedo parecer cabrona, pero ya dicen a veces que para conseguir la felicidad hay que ser un poco egoísta consigo mismo. Sólo he aplicado este ejemplo por primera vez en mi vida. Y me va bien. ¿Qué problema hay?

En media hora llego a mi destino. Joder, qué media hora más larga. La única forma de que pasara relativamente rápido ha sido escuchar la misma canción diez veces. Eh, a mi me funciona. Salgo de la estación. El Sol de Barcelona poco tarda en atacarme. Para variar, siempre llego antes (no digo puntual, porque mentiría). Me siento en la columna donde siempre le espero. Veo a la gente pasar. Al cabo de un rato, ahí le veo. Está pasando el ticket. Me levanto temblando y en cuanto se percata de mi presencia, salgo corriendo. Le abrazo con todas mis fuerzas. Seis meses, cosita. Clavo mi cara contra su hombro para frenar las lágrimas. Qué ganas tenía de verle. Nos separamos un poco y le beso. Me había olvidado de esa sensación, visto lo visto, porque cada vez me llena más. Salimos de la estación mientras comenta lo feliz que me ve.

El Arco de Triunfo observa la "V de Victoria" que llevamos en nuestras caras. Aprieto su mano. Pierdo el control cuando me sonríe de esa manera. Esto no me puede estar pasando//¿Por qué?//No me merezco tanta felicidad.//Y yo no te merezco y tampoco me lo pregunto; simplemente disfruto. No te creas que voy a dejarte escapar. Ésta va a ser la primera de muchas celebraciones.


Llega la hora de comer y, como es un día especial, vamos un poco más allá de los vales del Pans&Company. Un sitio bonito, acogedor, con su carta y sus postres. Hacemos piecitos, nos reímos, me mancha de chocolate, incluso nos quedamos un rato callados y con sólo mirarnos ya disfrutamos. Por fin estamos en el sitio que nos merecemos.

Salimos del lugar poco después y empiezo a ponerme nerviosa. La voy a cagar, la voy a cagar, esto va a ser un desastre. Por una vez, aprendo a disimularlo. A su pregunta "¿Qué hacemos ahora?" lo conduzco hasta el Parc de la Ciutadella. A una zona apartada. Hago que se siente en el césped. Abro el bolso y saco un pañuelo que le paso por los ojos. Le pego una colleja como respuesta a su "uh, esto se pone interesante.." y le pido que escuche con mucha atención. Ah, y pido perdón por anticipado por si la cago. No cal que pidas perdón por respirar. Respiro hondo. Escucho cómo se ríe flojito. Vuelvo a meter la mano en el bolso. Bueno, allá vamos. Me tiro a la piscina. Con los dedos temblorosos toco una tecla, y otra, y otra... Nuestra canción. He aquí el trabajo de meses - de verdad, yo soy una inútil para la música aunque sea algo relativamente fácil como un piano. Pero quizá debería haber aprendido a afinar, por lo menos. En fin, no se puede tener todo. Me gustaría ver su expresión, pero estoy demasiado ocupada haciendo que a mi cerebro no se le vaya la pinza y mande un dedo a donde no toca. Sólo oigo cómo suspira y cómo se mueve. Por fin he acabado. Se ha hecho una tortura y creo que sólo la he cagado una vez. Me ha gustado tocarlo, eso sí. No he podido evitar, para variar, que se escaparan unas pocas lágrimas. Aquello era más que una simple canción. Era nuestra historia de amor.

Al acabar, le quito el pañuelo. Tenía los ojos inundados en lágrimas y me tiró al césped poniéndose encima mío. Empezó a abrazarme y a darme las gracias por todo. Que no se creía que todo esto le estuviera pasando. Que me quería mucho. Yo me limitaba a sonreír. La felicidad impedía que pudiera hacer algo más.

Al cabo de un rato, le di la segunda parte de mi agradecimiento eterno. "Ya lo harás en casa. Las piezas probablemente no encajen porque soy muy patosa y he tenido que empezarlo tres veces. Pero bueno, el mensaje se ve. Ya me dirás qué te parece".

Y así acabó ese día. Terminó con los dos tumbados sobre el césped, abrazados, a veces soltando alguna broma y a veces ataca algún beso. Otro día más perfecto a su lado.

De vuelta, en la estación, ya voy poniendo cara de pena. Como siempre, me cuesta horrores despedirme. A saber cuándo será la próxima vez que pueda disfrutar de él. Resignada, le doy un abrazo con todas mis fuerzas. En ese momento noto como su mano se cuela por el bolsillo de mi pantalón. Le freno y observo la rabia de haber sido pillado. Un paquete extraño y pequeño. Míralo en casa, vale? Me gustaría ver tu reacción pero hasta que no llegues a casa, no lo abras. Intrigada, asiento. Pero en serio, eh? Que nos conocemos. Sonrío, culpable, y le beso. La despedida. Bueno, ya habrá más oportunidades para poder disfrutar. Con lentitud camino hasta el andén.

Llego a casa muy contenta, demasiado feliz, muy nerviosa, con ganas de comerme el mundo, esperando la siguiente oportunidad para disfrutar de él. Estoy tan ensimismada en mis recuerdos que llego a casa, ceno rápido y me meto en la cama, con una sonrisa. Y esta vez he conciliado el sueño ipso facto. Antes de dormirme, eso sí, permito que por mi cabeza vague un pensamiento fugaz. Y yo sufriendo aquellas semanas de hace dos meses por pensar que esto se acabaría... ¡estoy loca! Nunca hubiera permitido que algo tan importante para mi se fuera así, sin más. Suerte que ahora todo vuelve a estar bien.

Qué curioso. Los propios nervios por abrir el paquete hicieron que me olvidara de él. Sigue en el pantalón. Pero bueno, tampoco me preocupa. Tengo toda la vida para averiguarlo.