7 de octubre de 2011

epifanía

Ni yo debo, ni tú puedes; te suspiro por última vez, pero son dos labios tan corteses que caen como la nieve, encima de mi piel.


- Déjame en paz.
- Dime que no sientes nada por mí.
Y sus ojos deslumbraron el oscuro pasillo. La cabeza me daba vueltas.
- ...¿Perdón?
- Pues eso. Dime que me pasas de mi cara y te dejaré en paz, te lo aseguro.
Ahora su sonrisa relevaba a la mirada, y tal potencia me dejó sin habla y con las ideas más desperdigadas.  
- Estás chalado.
Es lo único que apunté a decir mientras me guiaba a tientas hasta mi habitación. Pero su mano, suave y fuerte a la vez, me arrastró hasta la suya. Estaba atrapada: si gritaba o intentaba escaparme, se despertarían los demás y no tenía ganas de contarles qué hacíamos plantados en medio de un pasillo a oscuras y en pijama. Mejor no liar la marrana, que se desahogara y cada mochuelo, a su olivo.
Cerró la puerta con aparente tranquilidad. Encendió las luces y nos encontramos semidesnudos.
- A ver, ¿qué quieres de mí?
- Pues eso... mírame a los ojos y dime que me odias.
Su firmeza me asustó.
- ¿Por qué debería odiarte?
- Bueno, no hace falta que me odies. Di que te doy asco, que soy gilipollas, que me pegarías... todo aquello que implica decir que no sientes nada bonito por mí, vaya.
- Pues sí que te voy a decir una cosa de ésas - me acerqué descalza hacia él, hasta el punto que nuestras narices casi se chocan. Noté como su respiración se aceleraba; yo aprendí a controlarla. - Eres gilipollas.
Se me hinchó el pecho y me dirigí a la puerta, pero otra vez la misma mano se posó sobre mi bíceps, y esta vez apretando con ganas.
- Y tú eres una calientapollas. 
¿Ah, sí? Le estampé contra la pared y mentí mi lengua en su boca sin darle tiempo a decir nada. Sí, debería haberme ido, pero si alguien me ponía verde, pues al menos que tuviera motivos para ello. Sí, esto no arreglaba nuestra situación ni mis sentimientos, pero me había estado tentando y soy humana.
Pero esa humanidad desapareció rápido y poco después me separé de su cuerpo rápidamente. En su cara había una expresión de triunfo. 
- Pues aquí hay alguien que está pillada de este gilipollas y no lo reconoce ni a tiros.
Oh, oh. Y la rabia se apoderó de mí. Toda esta situación me estaba superando. Menuda gran mierda. Me volví hacia él y empecé a pegar puñetazos contra su pecho. Intentó frenarme pero mi propia debilidad me hizo parar. Caí al suelo de rodillas.
Y por fin lloré. Por fin solté ese puto nudo que no me dejaba dormir, ni estudiar, ni ser feliz, ni pensar con tranquilidad, ni empezar de cero... sólo hacer el gilipollas. Sí, aquí la única persona gilipollas que hay está echando todo lo que está atormentándola desde hace tiempo.
Consiguió levantarme y sentarme en la cama. Y yo ya no tenía freno.
O sí... Me tumbó en la cama y se colocó a mi lado. Acto seguido me rodeó con sus brazos y colocó mi cabeza en su pecho. Concentrarme en su respiración acompasada me hizo relajarme y dejar de sollozar. Notaba su mirada pegada en mi nuca, pero yo no me atrevía a mirarle ni a separarme de su cuerpo ni dejar de agarrar su camiseta como si me fuera la vida en ello.
- Eres... la única persona... que ha sido capaz de consolarme un poquito. ¿No conoces esa sensación que te impide respirar? ¿Ese nudo que te ahoga? ¿Ese peso en el estómago que te pone nervioso? ¿Ese corazón que late desbocado? ¿Esa sensación de cansancio permanente? ¿Esa ansiedad por escapar?
- Me suena, sí... - me aprieta más contra su cuerpo. - Pero lo que no entiendo es cómo puedes seguir así por alguien que no se lo merece ni un poquito. Que ha hecho contigo lo que le ha dado la gana, por dios. Odiarle sería lo mínimo que se merece. Es que ni deberías mirarle a la cara. Yo le mataría, en serio. Tienes que dejar de arrastrarte de esta forma, ¿no ves que sólo te haces daño a ti misma y haces tonterías para llamar su atención?
- Pero... pero... - vuelvo a ahogarme.
- Shhh, vale, vale, ya me callo. 
Y el silencio nos atacó de nuevo. Hasta que...
- Espera, ¿a qué te refieres con eso de hacer tonterías para llamar su atención?
- Pues acostarte conmigo, está claro.
Esta vez sí que cambié de postura para mirarle a los ojos.
- Eh. No confundas, chaval. Que eso lo hice porque te tenía ganas - enarcó una ceja - Bueno, vale, quizá sí que fue un poquito por despecho, pero si no te tuviera ganas, no lo hubiera hecho. ¿Estamos? Tú no tienes nada que ver con lo otro.
- Vale, te creo... - pero una sonrisilla traviesa se apoderó de él y no se iba.
Y pasamos minutos mirándonos a los ojos. Mi corazón se había estabilizado. Y estaba muy a gusto en esa situación. Y otra vez se cortó el silencio con una pregunta chorra.
- ¿Por qué me has acorralado?
- Quería dejar las cosas claras. Quiero que veas que puedes sentir algo por alguien que no sea él y que te abras paso a la felicidad, joder.
Uh, eso sonó muy mal.
- ¿Qué insinúas?
- ¡Nada! - se apresuró a decir. Le sudaban las palmas de las manos. Mala señal - Sólo que te autodestruyes y deberías parar ya.
No sabía qué contestarle, así que el silencio volvió a la carga. Ahora miraba al techo, a las cortinas, a la maleta tirada por el suelo, pero su mano seguía acariciando mi espalda. Qué extraño es esto... Pero no tiene por qué ser malo. No, desde luego que no. Quizá tenía razón. Quizá no debía enmascarar los sentimientos por miedo a que fueran malos. Quizá sí que había algo más detrás de un polvo en una noche de borrachera. Quizá fuera mi billete para el tren con destino la felicidad y que para por la recuperación. Miré al techo, respiré hondo y dejé que el subconsciente, por fin, hablara por mí.
- Tengo dos soluciones. O huir, irme a vivir a otra ciudad, empezar de cero y no saber nada más de nadie... o... - joder, no recordaba que fuera tan difícil decir cosas como ésta - o... bueno, quien sabe, quizá la solución la tengo más cerca de lo que creo... ¿Sabes lo que quiero decir? - Silencio. Y no, no iba a mirarle a la cara - Que sí, tío, no te hagas el tonto. Que quizá tú puedas ayudarme a pasar página. Sé que eres un prepotente y un borde de mierda, pero seguro que tienes tu parte blanda.  Y no sé... podríamos... intentar... ser felices... y eso - Mis mejillas amenazaban con estar a 39ºC - ¿Qué me dices?
Cerré los ojos con fuerza, esperando una carcajada o algún comentario en plan "Ya se ha emocionado la niñata ésta por un polvo sin compromiso", pero el silencio seguía presente. Estaba empezando a cabrearme.
- Joder, que si tan poco te gusta la idea podrías decírmelo, al menos. 
Ni por ésas. Basta ya. Giré la cara para cantarle las cuarenta, pero...
....Estaba dormido. Con carita de ángel y expresión relajada.
Empecé a reírme de mí misma pero me tapé la mano con la boca para no despertarle. Madre mía...
Después de quedármelo mirando durante unos minutos, apagué con delicadeza la luz de la habitación. Me puse cómoda y le abracé. Cerré los ojos y no creí que fuera aquel indeseable. Respiré hondo. Y noté mis pulmones renovados y a mi corazón latiendo con alegría. Sí, quizá la solución a mis problemas no estaba tan lejos.

Solos tu y yo, descubriéndonos despeinando a besos tanto amor sobrenatural, manto sideral sobre los dos... Una epifanía de amor sin confesión. Con tus dedos en mi espalda me dibujas para adivinar y al seguir tus manos insolentes que el cuerpo se estremece, y dejo de pensar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario