25 de agosto de 2011

she hides true love en su bolsillo

Otra vez el despertador. Cómo odio la rutina. 

El calor me agobia, pero sigo tapada hasta arriba. Ese maldito olor.
Un flechazo me ataca. ¿Consigo algo estando amargada por culpa de un idiota? Me ha invadido la revelación. Probablemente me arrepienta de esto, pero ahora no voy a dejar escapar este sentimiento que me hace ver que puedo superarlo. Pero para conseguir eso...

Manos a la obra.

"Lo siento, no vendré esta mañana a trabajar. Me he levantado con el estómago revuelto y quiero estar bien fresca para la operación de esta tarde. Eso sí, el café no lo dejo pasar por nada del mundo. ¿Nos vemos a las 3 donde siempre? Nos saldrá bien."

Una mentira piadosa. Bah, ya le contaré lo que he hecho en realidad. En cuanto tenga la certeza de que haya funcionado.

El primer punto: los recuerdos de papel. 
Saco la llave, escondida dentro de mi querido Prometheus (el volumen de locomotor, está claro, no lo abriría ni loca) y abro ese cajón que tantas veces me he prohibido tocar. Suspiro profundamente. Venga, tú puedes. Vas a hacerlo, vas a superarlo. Meto las manos entre montones de papeles desordenados. Todavía me acuerdo de la última vez que toqué este cajón. Con un ataque de rabia, cuando me dejó sin justificaciones coherentes, metí todos sus escritos ahí dentro mientras un fuego me consumía por dentro. Han pasado tres meses y todavía hay marcas de lágrimas en las hojas y de arañazos en mis propios brazos. 
Cogí cada papel con cuidado, observando cada palabra por última vez. Los fui apilando en el suelo, para más tarde llevarlos a la barbacoa que tenía en el jardín. Cada vez me sentía más orgullosa de mí misma; no solté ni una sola lágrima. Una vez acabé, cogí las cerillas mientras observaba aquel montón de papeles. ¿Cómo pudo dedicarme tantas palabras que no sentía? Déjalo estar, que esas preguntas sin respuesta son las que te vuelven loca. Venga, haz que desaparezca todo aquello que nunca tuvo sentido para él. Espera. Voy a guardar un único papel. Para que cuando pasen los años, al menos recuerde que pasé unos meses preciosos a su lado. Aunque luego las cosas acabaran tan mal. Me guardo el papel en el bolsillo. Enciendo la cerilla. Se consume en mi mano, que tiembla cual hoja. Respiro fuerte. Yo puedo hacerlo. Y sin pensarlo más, la tiro. Los papeles que llevarían tanto tiempo escribir arden lentamente. Las palabras se esfuman. Y un sentimiento de euforia empieza a apoderarse de mi. Estoy empezando a superarlo. 

El segundo punto: los objetos. 
Una vez llego al comedor, miro todo lo que hay en él. Muchas fotografías. Demasiadas, diría yo. Toca hacer limpieza. Más que nada, porque ver nuestras dos caras llenas de felicidad no es una buena terapia de superación. Llena de rabia, cojo esas fotografías y las estrujo en mi mano. Su sonrisa, una sonrisa que espero olvidar, adquiere una curvatura extraña. Me siento mejor.
Voy paseándome por las habitaciones, rompiendo fotos que coloqué estratégicamente para hacerme sentir peor (hay que ver) y objetos que me regaló o que compramos cuando viajamos. Y aquel puzzle que me regaló cuya imagen salíamos nosotros haciendo caras extrañas. Lo descolgué y no me atreví a descomponerlo, porque me costó mucho hacerlo. Simplemente lo castigué de cara de la pared, en el rincón donde guardo los paraguas y los zapatos. Ya queda menos...

El tercer punto: la ropa. El más difícil sin duda alguna.
Entro en mi habitación. Miro las sábanas en las que he estado enredada esta noche. Me acerco con miedo, me las quedo mirando, las huelo. Oh, no. Su maldita colonia. Su maldito olor. Sigue impregnada en las sábanas, en mi ropa, incluso juraría que en mi cuerpo. Eso es lo que me desquicia realmente. Es lo que me hace pensar por las noches que sigue estando a mi lado. Esa maldita ilusión es la que no me deja seguir adelante. Basta ya.
Cojo todas las sábanas y las apilo en un rincón. En cuanto a la ropa, me deshago de la que me regaló y me quedo con la que me lástima tirar, pero vuelvo a meterla a la lavadora. Que se vaya ese maldito olor de mi vida. Para acabar, entro en el lavabo. Abro un armario y saco su colonia. Se la dejó, pero no ha vuelto a por ella. O quizá ha cambiado de marca. Me entran ganas de tirarla al suelo, pero ese olor se esparciría por la casa y de nada serviría todo lo que he hecho. La aprieto contra mi mano, la escondo entre el montón de sábanas y lo tiro todo al contenedor. Vuelvo a casa, me doy una ducha y me miro al espejo después de mucho tiempo. Sonrío un poco. Bueno, es un inicio. He quitado de mi camino todo lo que me recordaba a él. Ahora sólo queda esperar. Vuelvo a sonreír y me voy a comprar nuevas sábanas que me ayuden a olvidar. Ah, un momento...

Relato esta historia como bálsamo cuando me dé un bajón. Para recordarme que sólo es cuestión de plantarle cara al tema. Ahora sí que me voy, tengo que hacer las compras que marcan un antes y un después en mi recuperación. 


Con todo el rollo me he olvidado de qué día es hoy. Saliendo del parking.
Y hoy, día 25 de agosto...
Su cumpleaños... y lo he pasado por alto. No me he acordado de él lo suficiente. Creo que ésta es la mejor noticia que puedo recibir. 


Inciso: he podido escribir este texto con todas las V. Antes no las escribía y el corrector las ponía por su cuenta. Considero esta chorrada como un pasito de tortuga para superarlo. A ver cuánto tarda en venirme el bajón. 

1 comentario:

  1. Me encanta, no, lo siguiente, este cambiazo de actitud!!!!!! Felicidades, estás en el camino de la superación :D Sabía que podías hacerlo!

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