17 de agosto de 2011

Un plan B poco convincente





Paseando por un centro comercial, me da por pararme en la sección de electrónica. Concretamente, en la zona de auriculares y accesorios para reproductores de música. Cierto, no estaría mal que me comprara unos auriculares grandes, si me paso todo el día enganchada al iPod... Un escalofrío me recorre la espalda. Lo freno y me dispongo a observar los diferentes auriculares que hay. Entre precios y demás acabo debatiéndome entre dos modelos, muy parecidos entre ellos.
Modelo A. Pueden doblarse hacia adentro, lo que facilita su transporte e impide que se rompan antes. 
Modelo B (también llamado Plan B, plan de huida). Con función reversible, lo que ayuda a la persona que había al lado escuchar también. 
Ah, sí, también me olvidaba de algo importante. Los primeros auriculares, sí, esos que se doblan, ya los conozco. Ya los había visto, y más cerca que ahora. Puestos en una cabeza noche tras noche, a través de la pantalla de mi ordenador. Ésos que habían escuchado tantas palabras mías y suyas, ésos que ya no me reconocen. Joder. Por qué me dará por pensar en esas cosas ahora.. Y así estoy, con un auricular en cada mano. La decisión sería fácil si no hubieran recuerdos de por medio. Respiro profundamente un par de veces. Soy un poco reacia a comprarme los mismos que los suyos, aunque sean asequibles al bolsillo y cómodos; es como si le llevara siempre conmigo. Realmente ya no debería pensar en él y menos por chorradas como ésta, y precisamente estos últimos días llevaba la situación relativamente controlada, pero de repente y una vez más, mis esquemas vuelven a caer. Maldita sea. No voy a dejar que esto me venza. Me dirijo a un dependiente cualquiera. Le pregunto si los auriculares "no tabú" tenían la misma función de doblarse hacia dentro. Convencidísimo, me contesta que sí. Le suelto un seguro? fruto de alguna desesperación oculta que ha salido a la luz. Vuelve a afirmar y ya que me quedo más tranquila. Vale, me quedo con éstos. Parece mentira que esté huyendo de unos auriculares... Ah, no, calla, que los otros tienen función reversible y eso sale más a cuenta. Pago y huyo de ese lugar. Esto afecta demasiado a mi salud mental. Pero espera... Tengo un mal presentimiento... Para mi asombro, recuerdo todas estas calles que recorrí hace un año. Las subo a toda prisa y llego a los bancos de la catedral. Me siento y abro la caja de los auriculares. Lo primero que intento comprobar... Mierda. No se doblan. Sólo se ajustan, igual que todos los demás. Le doy una patada a la caja. ¿Por qué este berrinche? Tío, son unos putos auriculares. Si no se doblan, pues bueno, puedo vivir con ello. Me convenzo de ello y vuelvo a bajar por las mismas calles más tranquila, acompañada de mi familia. O eso intento. Oigo a la gente hablar y reír, pero de lejos. En mi cabeza sólo se concentra una risa. Aquella que escuchaba después de dedicarle algún te quiero, fuera esperado o no. Mierda. Qué dolor de cabeza. Ahora, después de días sin pensarlo, no puede venir a mi con tanta facilidad. Y mi mente viaja sin poder frenarla. Llega al recuerdo en el cual vi aquellos auriculares en directo por primera vez. Arco de Triunfo (gracioso, el nombre. Allí empezó la relación y allí terminó. ¿Triunfo? Una vez más, para el fracaso). Mirando la salida de la estación como una posesa. Y, entre la multitud, lo vi. Curiosamente, por los auriculares. Destacaban. Igual que su diadema roja, igual que su pelo, igual que su radiante sonrisa. Lo abracé con fuerza. Y ahora vienen flashes. Sentados en el banco. Entrando en el zoo. Sus manías por hacerme fotos, fotos que acababan siendo trozos de pelo y los cuales él halagaba. Cada una de aquellas sonrisas clavadas en mi mente. ¿Y ahora? Nada. Vacío. Agujero negro. Joder, contrólate. Voy por la calle, voy con mi familia, no puedo dejar que esto me supere una vez más. Ya que no he podido controlar al recuerdo, voy a engañarlo un poco. Voy a imaginarme una situación utópica. Paseando por esas mismas calles abrazada a alguien. No, no es él. No le veo la cara, pero el tipo sí que es diferente. Más alto, incluso diría que su pueblo tiene algunos reflejos rubios. Sus manos, grandes, cálidas, me agarran con fuera por la cintura. Yo tengo agarrada su camiseta roja con fuerza. Paseamos por estas mismas calles. Apoyo mi cabeza contra su hombro y él me pone todo el pelo en la cara. Intento poner cara de enfadada pero se me escapa la risa. Empezamos a perseguirnos y acabamos abrazados. Uffff. Ahora ya estoy un poco mejor. A veces va bien imaginarse un pensamiento completamente falso. Sólo para que el coraje no te venza en situaciones en las que no puedes más.

Al llegar al coche, decido probarlos. Los auriculares, me refiero. Vaya, menuda sorpresa. La clavija es enorme. Mierda, son para minicadena, para radio, para altavoces, para el ordenador, pero no para mi puto iPod. Pues ahora toca cambiarlos y quedarme con los otros. Menudo cabreo. O el destino quiere reírse de mi por huir de unos auriculares o es que tengo que aprender a no relacionar todo lo que me rodea con él. Pues ya sabes lo que toca. Dentro de tres días tendré en mis manos un motivo más para salir huyendo de todo.

¿Desconectar? Eso no se consigue. Ya puedo estar sin cobertura, sin internet, sin señales de que sigue vivo y encerrando inconscientemente los recuerdos, que al bajar un poco la guardia, todo explota de golpe. Y vuelta a empezar. Hasta que llegue el día que tanto ansío. El día que nada me duela.

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