29 de agosto de 2011

porque 'jamás' es sólo 'samaj' dicho al revés


No puedo más. Tengo la cabeza atrofiada. Llevo cuatro horas pinchando a una tía en todos los lugares de su cuerpo y analizando sus fluidos y no he obtenido ningún resultado convincente. Necesito un break.
Bajo a la cafetería. La persiana bajada, qué raro. Aún siendo las 4 de la mañana siempre hay alguien atendiendo. 


Cerrada por defunción. Es cierto, lo había olvidado... Cuando amanezca la llamo y le doy el pésame. 

Pero necesito ese café que me quema la garganta y me desvela. No queda otro remedio que volver a la segunda planta. Me decanto por utilizar las escaleras; paso de escuchar palabras arrastradas por médicos de guardia o quejas de pacientes que han sido desvelados por dolores. Y así se me pone el culo duro. 

Mis tacones retumban por las paredes del oscuro y vacío pasillo que lleva hasta la máquina de café. ¿Por qué los médicos no podremos llevar bambas? Cuánto sexismo suelto. Hay una persona delante de la máquina, bebiendo y mirando fijamente las luces de la misma. 

Es él. Respiro hondo y me coloco a su lado. Me mira a los ojos, intentando buscar en ellos una chispa de esperanza. Mejor busca dentro de ti, que ahí fue donde me la dejé.

- ¿Cómo va?

- Estamos descartando posibilidades, y muchas de ellas eran las más peligrosas.

- Pero no hay nada claro, ¿verdad? Nunca se te ha dado bien mentir.

- Por desgracia.. me hubiera ahorrado muchos disgustos - pongo énfasis en esto último.

Sonríe levemente y bebe un sorbo. Me lo quedo mirando. Los años no han pasado para él: no tiene ni una sola arruga de más y su pelo sigue entusiasmado con darle guerra (de ahí que lleve puesta una de sus famosas diademas). Incluso lleva una camiseta de algún concierto al que habrá asistido. No, realmente no ha cambiado nada.

- No te pidas un cappuccino - su voz me saca de mis pensamientos - se han equivocado y han puesto chocolate.

- Gracias... Pero ya no tomo cappuccino. - Elijo un café solo y espero a que la máquina me lo sirva.

- Vaya... pues sí que has cambiado, sí.

Claro. He cambiado exteriormente. Él ve ese pelo liso (si ese día tengo mucha paciencia), esas camisas lisas, esos pantalones de vestir, esos tacones y esas ojeras que van creciendo por momentos. Ah, y la bata que proporciona madurez y seguridad - craso error -. Sin embargo, él no ve que por dentro estoy exactamente igual. Sigo actuando y pensando de la misma forma; exteriormente he cambiado porque la sociedad me obliga a ello. Pero echo de menos mis bambas y mis camisetas anchas y de colores y mis ganas de comerme el mundo y aquella felicidad...

- ¿Sabes? Técnicamente ya es día ocho - le comento como quien no quiere la cosa mientras saco el café ya preparado - y, como cada día ocho de cada mes, te recuerdo que sigo enamorada de ti, te aviso de que cometiste un gran error dejándome y que sigo esperándote.

- Ya ha pasado mucho tiempo.

- Sí, lo sé - ni me ha mirado a la cara. Intento controlarme. 

- ¿Y por qué sigues haciendo esto? Ya van...

- Sí, diez años exactamente, ya lo sé. Llevo diez años enviándote un mensaje desde aquel fatídico ocho de junio, que me dejaste con un par de motivos que nunca me han convencido del todo.

- No puedes seguir así. No puedes hacerme esto..

- ¿Ah, no? Créeme, si por mi fuera te hubiera perseguido todas las noches hasta tu casa, te hubiera hecho oler cloroformo, llevarte a mi casa y atarte a la cama para que no huyeras, meterte descargar eléctricas o usar el método Ludovico sólo para que vieras que soy la única persona que va a hacerte feliz. Para que vieras que dejarme fue un error. Para calmar una agonía y un vacío existencial que soy incapaz de controlar... 

Me bebo el café de un trago y controlo un escalofrío.

- ...así que creo que un simple recordatorio una vez al mes no se debe considerar ni acoso. Deberías darme las gracias por desaparecer de tu vida. Y además, para lo que me sirve enviarte mensajes... Sólo para calmarme un poco, no para que vuelvas. Que sí, antes de que me repliques algo, sé que nunca vas a volver conmigo. Pero yo no pierdo la esperanza. Esa inútil ilusión es lo único que me mantiene viva. Y porque "jamás" es sólo "samaj" dicho al revés. Menuda estupidez.

Rompo el vaso con una sola mano, lo tiro a papelera - no cae dentro, pero ahí se queda - y me vuelvo al laboratorio.

- Esther...

Me giro rápidamente.

- Cuando encontréis algo, venid a avisarme. Estaré toda la noche en su habitación.

- ...No te preocupes.

Me muerdo el labio inferior para controlar las lágrimas. Tranquilo, todavía no sabemos qué le pasa, pero por mi... que se muera.

Sí, soy una persona horrible. Diez años encerrada en el mismo pozo y ahora deseando la muerte de su novia. Su novia. La que conozco desde hace doce años. La que me amenazó con no acercarme a él. Con la que se ha reencontrado y ha renacido la chispa del amor.

Tengo la vida de esa chica en mis manos. Tengo la felicidad de la persona que más quiero en mis manos. Pero no voy a ser egoísta. No quiero que se conforme conmigo (o sí, para qué nos vamos a engañar). No soy un monstruo. Simplemente soy una máquina que está programada para sentir dolor. 

2 comentarios: